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Darya Ivanova
La morena no se calla. Normalmente me irritan las personas que no cierran la boca, ya que se asemejan al constante parloteo de las Urracas Azules, unas aves extrañamente peculiares que vi una vez en mi paso por Brasil, y cuyos llamados estridentes y persistentes parece que van a destrozarte los oídos. No obstante, esta mujer tiene mi mirada sobre ella, logrando que ignore mi irritación hacía los seres parlantes.
Habla sobre armas y asaltos como si hubiese nacido con un manual bajo el brazo, y maneja a grupos de personas en la fortaleza como si ellos le debiesen devoción religiosa.
No voy a negarlo: es atractiva. No tan solo por esa piel morena que parece brillar bajo la luz, ni por lucir unas caderas anchas, senos grandes, y unos miembros que parecen listos para destrozar gargantas, sino por lo que cada movimiento, accionar y determinante proyectan hacia quien la mira. Todas las venas en su sistema parecen palpitar en poder y seguridad. No tolera mierdas, ni equivocaciones. ¿Y eso? Eso le atrae como la mierda a las personas como yo.
Catalina Reyes…
La conozco desde hace algunas semanas. Está claro que no me soporta. Mucho menos porque el negocio de las armas es lo mío. Fui criada a los pies de mi padre, pelándome las manos y las rodillas con tuercas calientes, acero fundido y el olor de la pólvora impregnando mi piel, mientras era instruida de la fabricación y exportación de todo tipo de armamento militar, y de cada negociación ilegal que nos permitía acrecentar el imperio del Boss. De pequeña se me enseñó a ser una puta arma de guerra, por lo que ellos me necesitan, aunque la morena cotorra quiera fingir que no. En cierta parte, me divierte. Es jodidamente gracioso notar como me detesta.
—¡El cargamento debió ser revisado hace más de dos horas! Se supone que tú eres la encargada de corroborar eso, Rusa —dirige su rabia hacia mí.
Lanzo mis pies sobre la mesa de reuniones, una sonrisa irónica se extiende por mis labios y cruzo los brazos sobre mis pechos. Catalina Reyes me observa con cólera.
—¿Qué se supone que querías que hiciera? ¿Que yo misma interceptara el puto océano pacífico? —me burlo —Estas mierdas pasan, Reyes. Lo sabes muy bien. A mí no me jodas con reclamaciones.
Los demás nos observan. Se han ido acostumbrando a nuestros pequeños enfrentamientos, es como que nuestras personalidades siempre les permitieran apostar por quien le arrancará la cabeza a quien.
—¡Es tu responsabilidad contactarte con los equipos de localización! ¡Debes monitorear la jodida ruta marítima para saber si perdemos o no millones de dólares! ¿Eso es joderte? ¡Es tener el culo puesto sobre la tierra y sobre el puesto que viniste a desempeñar!
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UN HUEÓN PELIGROSO (+21)
Romance¿Es un ángel enamorado de un demonio? ¿O un demonio corrompiendo la pureza de un ser divino? ¿Qué mierda importa? Ambos están dispuestos a quemarse para probar el delicioso sabor del paraíso. Incluso si semejante pecado... los condena de por vida.