Epílogo

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Scarlett

Observé cómo el vestido más caro que jamás me había comprado se arrugaba y dejaba ver manchas de un vino barato que había encontrado tirado por algún lado de la casa. A pesar de que era un vestido de color negro, se podía notar que no estaba en sus mejores condiciones. 

Pasé mi mano adormecida por el pelo que estaba hecho una maraña y al hacerlo sentí como algo se desprendía de este. Como si una brisa acompañara su caída, un pétalo amarillo se balanceó hasta posarse en mi regazo. No sabía cómo es que había llegado a enredarse en mis nudos, pero el simple hecho de ver algo tan delicado cerca mío, y todo lo que representaba, logró que unas lágrimas espesas recorrieran mis mejillas. 

Creí estar preparada para ver su cuerpo inerte en un cajón que iría metros bajo tierra, pero no era así. No era tan fuerte como él quería que sea. Quería pensar que si me viera en estas condiciones tan deplorables se decepcionaría, pero sabía que no era así. Probablemente me diría que yo podía con todo, que no lo necesitaba a él para seguir adelante y que era la persona más fuerte que haya conocido. 

Todo era mentira.

No estaba conmigo como prometió y yo no era suficiente por mi cuenta. Sin él a mi lado solo era una carcaza de lo que alguna vez fui. 

Un grito desgarrador salió de lo más profundo de mi pecho. Un dolor áspero se extendió por mi garganta, pero no se comparaba al dolor que mi alma sentía. El sentimiento de pérdida y de que algo me había sido arrebatado no desaparecía con nada. Ni con alcohol, ni con pastillas. Ni siquiera con ambas combinadas.  

Tomé el frasco amarillo con manos temblorosas. Desde ese día no dejaban de temblar como unas hojas frágiles. La etiqueta no se podía leer, pero estaba segura que eran unos antidepresivos que tenía guardados hace tiempo. No sabía de dónde habían salido esas pastillas, lo único de lo que era consciente es que estaba agradecida que estuvieran allí.

Como si de mentas se trataran, puse un puñado de pastillas en mi boca y, sin pensarlo dos veces, las bajé con el último trago largo de vino que quedaba. El sabor amargo del medicamento y el fuerte sabor a alcohol de mala calidad se mezclaron para causarme una arcada de asco.

Cuando todo pareció acomodarse en mi estómago, también lo hizo en mi cabeza. Mis manos parecían más interesantes de lo normal. No podía dejar de observarlas pensando que algo les faltaba. El tacto de sus palmas.

-Querida...-sus palabras salieron de mi boca en un tono roto.

Junté las manos, rogando por poder sentirlo en mi soledad, pero me encontré con el sentimiento frío de mi piel.

Cerré los ojos con fuerza, intentando ahuyentar el sufrimiento que recorría mis venas como dagas heladas. Podía sentir el tamborileo de mi corazón golpeando contra el interior de mi pecho. Cada segundo su intensidad parecía bajar, mientras que yo estaba demasiado consciente de él.

Abrí los ojos encontrándome con un encuadre desenfocado. Mi cabeza daba vueltas, ¿o era yo?. Con la poca fuerza que me quedaba, me esforcé en enfocarme a mirar al frente. La imagen se volvía más clara y un gemido de entre sorpresa y dolor brotó de mí. No sabía por qué mi mente me hacía esto. 

Arrodillado en frente mío estaba esa parte tan vital para mí. Mi Mike me miraba con amor, con su piel rosada y los rizos cayendo de forma despareja por su frente. Estire mi mano esperando poder tocarlo, pero una distancia incontable parecía distanciarnos.

Como si las palabras no pudieran salir de él, me observó significativamente. No se veía enojado ni decepcionado, tan solo nostálgico. Y fue en ese momento en el que supe que debía ir con él. 

Dejé de prestarle atención a mis latidos, permitiéndoles detenerse. Me regalé a la muerte, porque sabía que ella me encontraría con Michael. 

No vi una luz al final del túnel y mi vida no pasó por delante de mis ojos. Sentí un calor abrasador recorrerme hasta el último músculo. Me fui con él, volví a los brazos de mi hogar. 

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