Capítulo 1.1: El primer encuentro

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Castilla, España.

Las noticias volaban por las calles heladas de Castilla, todos en el reino estaban enterados. Los reyes finalmente lo habían comunicado, las expediciones habían dado frutos y los grupos de exploradores habían llegado a las nuevas tierras de la India. Decían haber encontrado especies nuevas, frutos exóticos y quilates inimaginables de oro sin dueños aparentes. Los pueblos de España se regocijaban ante las buenas nuevas que se mostraban.

En medio de tanto revuelo, una joven se encontraba sentada en el borde de una gran y hermosa fuente admirando a los niños jugar alrededor de esta. Era una mujer bella de la alta sociedad, codiciada por los hombres más ricos del pueblo pero sin darle oportunidad alguna a ellos. La larga falda marrón se ceñía perfectamente a su cintura logrando que su esbelta figura se luciera aún más. Los rizos de su pelo caían delicadamente sobre los hombros de su largo abrigo y el viento los movía. Comenzó a caminar lentamente y su simple imagen parecía sacada de una película.

Los ojos lujuriosos de los hombres y envidiosos de las mujeres estaban posados en ella, analizando cada paso que daba. Ella, acostumbrada a las miradas, siguió su camino por los estrechos pasillos de Castilla hacia su hogar. Al llegar allí se posó frente al gran portón de su casa y al tocar un par de veces este fue abierto por un señor de unos sesenta años. Medio encorvado pero con una gran sonrisa.

- Señorita Aragón, su padre la está esperando en la sala principal.- mencionó el anciano mientras le dedicaba a la joven una reverencia.

- No es necesario que te inclines ante mí, Guillermo. Te lo dije mil veces.- le recalcó de forma estricta pero dulce.

- Órdenes de su padre, sabe que no puedo desobedecer señorita.

Dedicándole una última sonrisa, ella se dirigió por el amplio jardín delantero hasta el interior de la casa. El camino hacia la entrada estaba marcado por rocas blancas. Debido al fuerte invierno, el pasto estaba cubierto de escarcha haciendo del paisaje algo monocromático.

Al entrar, se encontró con su padre con una mirada impaciente y detrás de él, sentada en un sillón de la sala principal con una taza de té en sus manos, estaba su madre observándola con tristeza.

-¿Dónde estuviste?-preguntó Lázaro Aragón con un tono recriminatorio. Era un hombre de cuarenta y cinco años de edad, alto, con una postura impoluta y un porte que intimidaba. No era una persona con la que se pudiera bromear, era respetado por los mayores empresarios de la ciudad y su reputación lo precedía. Tenía más plata que la que cualquiera se pudiera imaginar, incluso su propia familia, y la había ganado de maneras poco convencionales.

-Estaba en la plaza principal, yo solo...

-Si quisiera excusas las pediría, Blanca.-la cortó a mitad de oración. Ella estaba más que familiarizada con los tratos de su padre, por eso siempre intentaba mantener la cabeza gacha y obedecer lo que le dijera. Pero esta vez estaba más que confundida ya que no había hecho nada fuera de lo común como para que se enojara. Casi todas las tardes salía a pasear y solía quedarse unos minutos sentada en la fuente de la plaza. Le transmitía una tranquilidad que no podía explicar con palabras.

Su madre continuaba observando la escena en completo silencio a una breve distancia pero pendiente de lo que estaba pasando. Aunque no esperaba que ella interviniera o dijera algo, por más que quisiera no lo tenía permitido, no quería ni pensar lo que le pasaría si llegaba a defenderla de su padre. Rosario Aragón era una mujer justa y seria, pero no era imbécil, sabía en qué batallas pelear y en cuales mantenerse al margen. Solo para aclarar, ninguna de esas batallas era a favor de Blanca. A pesar de que fuera su hija, y decía amarla, prefería estar del lado de su esposo.

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