Capítulo 3.2: Baile de dos

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1925

Nueva York, Estados Unidos.

-¿Y lo mataste?-le preguntó aún tratando de entenderlo.

-Sí.-repitió por millonésima vez Astrid. Cuando llevo el periódico a su habitación, inmediatamente la arrastró hacia la sala de estar y se sentaron en ese sillón que a ella le había gustado tanto para que le explicara cómo había llegado a asesinar a uno de los empresarios más importantes de la ciudad. Le había parecido una mujer tan indefensa en un primer momento, que en el momento en el que la conoció más a fondo esa primera impresión se le borró de la mente.

Luego de conocer toda la historia de trasfondo, que desencadenó en ese final tan trágico para el hombre, entendía completamente lo que había hecho y hasta la justificaba. Él había vivido en carne propia el maltrato físico y psicológico, y si hubiera pensado en algún momento en deshacerse de ese hombre le parecería algo totalmente lógico.

-Yo hubiera hecho lo mismo.-se confesó él parándose en su lugar para ir hacia la ventana y prenderse un cigarrillo.

-Pensé que me juzgarías más.-le dijo desde su lugar. Todavía tenía puesto un piyama negro de seda con una bata que le había dado él para dormir y había salido descalza de su habitación, por lo que prefería quedarse sentada allí para no tener que volver a tocar el piso frío.

-No podría juzgarte, estoy familiarizado con la violencia.-confesó. Sentía que junto a esa muchacha no tenía nada para perder, por más triste que sonara ella estaba sola en el mundo. De acuerdo a lo que le había contado, luego de haberse casado con Charles perdió todo contacto con su familia.

-Te escucho.-le dijo ella con genuino interés. Él la analizó mientras daba otra calada.

-Mi padrastro solía golpearnos a mi madre, a mi hermano y a mí. Si hubiera tenido la oportunidad, habría hecho lo mismo que tú. Basuras como esas no merecen vivir.-el resentimiento se notaba en su voz.

-Lo siento.-dijo ella honestamente. Él hizo un gesto con la mano restándole importancia.

-No es nada. Mejor hablemos de tus presentaciones en mi club.-cambió de tema mientras le alcanzaba una bolsa que estaba al lado suyo. Ella la abrió y dentro se encontró con un vestido dorado de flecos y una peluca corta rubia platinada.

-¿Peluca?-preguntó ella con una ceja alzada.

-Dijiste que no querías que te encontraran.-comentó él con simpleza mientras regresaba su atención a la vista de su ventana.- Ah, y vas a necesitar un nombre artístico para poder presentarte. Tienes hasta el viernes próximo para pensarlo, mientras tanto algunas de las bailarinas te pueden ayudar con tu número. Vas a ser el último de la noche.

Ella asintió con la cabeza a modo de afirmación. Por un momento casi se olvidaba lo que le había prometido a Isaac, y aunque no estuviera del todo convencida de hacerlo, planeaba cumplir con su palabra.

Tal y como lo había dicho, esa semana fue presentada hacia el resto de las bailarinas que la recibieron amorosamente. Todas la trataron extremadamente bien y le tuvieron paciencia los primeros días al aprender los números. Al principio se sentía como si tuviera dos pies izquierdos, pero en poco tiempo pudo llevarles el ritmo a las demás. Práctico con el vestuario que Isaac le había dado y al verse por primera vez en el espejo vestida de esa forma se sintió como una persona totalmente nueva.

Para la llegada de su gran debut, ella ya tenía su presentación perfectamente aprendida y su nombre artístico decidido, el cual no se lo había dicho a Isaac aún. En ningún momento de toda la semana se había molestado por ir a verla practicar, ni siquiera la había visto con el vestuario específicamente elegido por él. Todavía tenía su habitación en el mismo departamento que él, el cual estaba ubicado sobre el club, por lo que todas las mañanas y todas las noches se veían. Durante las tardes ella estaba con las bailarinas y él se iba a lugares de los que Astrid desconocía. Por los breves momentos que compartían, ella no se había animado a preguntarle a dónde se iba todos los días, tan solo hablaban sobre trivialidades y sobre situaciones hipotéticas en el caso de que la policía la encontrara a ella y que lo culparan a él por esconder a una fugitiva. Todo era tomado desde el lado del humor, no se animaban a pensar seriamente en las consecuencias reales de lo que estaban haciendo.

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