Todo esto es mi maldita culpa

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Las puertas del elevador se abren una vez más frente a mí, no me molesto en levantar la cabeza cuando salgo de este para ir a mi departamento, deteniéndome cuando logré escuchar con claridad los sollozos de alguien que estaba en el mismo lugar que yo

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Las puertas del elevador se abren una vez más frente a mí, no me molesto en levantar la cabeza cuando salgo de este para ir a mi departamento, deteniéndome cuando logré escuchar con claridad los sollozos de alguien que estaba en el mismo lugar que yo. Levanté mi cabeza al querer saber de quién se trataba.

Fruncí mi entrecejo al ver allí a esa chica de cabello castaño y pies descalzos llorar desconsoladamente en busca de soledad o tal vez de poder sacar de dentro de ella todo el dolor que tenía que pasar todos los días al vivir a lado de un hombre que al parecer la golpeaba fuertemente. Me quedé un momento de pie al mirarla sentada en el piso, abrazando sus piernas al dejar su frente recargada sobre sus rodillas; luciendo sólo un largo camisón blanco que solo dejaba al descubierto sus tobillos y sus pies descalzos, llamando mi atención el ver las marcas de unos dedos sobre la piel de sus tobillos, mirándose como si alguien la hubiera tomado con fuerza al haberla jalado o impidiéndole el salir por ayuda.

Traté de ignorarla y seguir con mi camino, metiendo la llave en el picaporte de la puerta al querer entrar a ese lugar que supuestamente era mi hogar e ignorar con ello lo que estaba pasando a unos pocos pasos de donde yo estaba. Me quedo un momento pensando y solo escuchando los sollozos de la mujer que estaba detrás de mí, pensando en mi decisión de entrar y hacer como si ella no existiera, o ayudarla en lo que pudiera, ya fuera para llamar a alguien que la sacara de ese lugar o solamente para escucharla, dejar que se desahogara con alguien sin miedo a que la juzgaran.

Maldigo en bajo cuando al final decido darme la media vuelta y acercarme una vez más a esa delgada castaña que parecía que no podía dejar de llorar. No digo nada cuando me coloco de cuclillas frente a ella al querer ver los nuevos golpes que tal vez tendría en ese triste y sombrío rostro; frunciendo mi entrecejo cuando no levanta su cabeza, ocultándose aún más como si no quisiera que la mirara, era como ver a un pequeño charro temeroso de que algún extraño le hiciera daño.

—Oye —llamé sin éxito—. ¿Estás bien?

Ella solo asintió con su cabeza, dejando incluso de llorar al pensar tal vez que con eso me iría y la dejaría allí sola en medio de ese solitario pasillo. Negué con mi cabeza al ver esa actitud por parte de mí ya conocida vecina antes de acercar una de mis manos a uno de sus antebrazos, apartándola rápidamente al sentirme impresionado de que se alejara abruptamente de mí, como si mi toque la llegara a quemar como el fuego.

—Estoy bien —dijo en un susurro—. No necesita preocuparse por mí.

Aún después de escuchar sus palabras no me rindo fácilmente, obligándola a levantar su rostro cuando lleve una mano a su húmeda y cálida barbilla, mirando con asombro los nuevos golpes que tenía en ese rostro que alguna vez me sonrió al darme la bienvenida. Su ojo izquierdo no lo podía abrir por el golpe tan fuerte que había recibido, mirándose morado e hincado, su nariz se miraba torcido e incluso tenía un color rojo y una pequeña cortada, la comisura de su labio estaba también roja e hinchada mirándose incluso aún abierta la herida que tenía en esa parte de su rostro, dejando hasta al final esas mejillas que igualmente tenían un color morado y a la vez negro.

Querido Jack:Donde viven las historias. Descúbrelo ahora