Capítulo 24

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CAN

La semana ha sido dura, incluso me atrevería a asegurar que es la semana más difícil que he tenido que soportar desde que volví a la agencia, y no precisamente por la carga de trabajo, eso es lo de menos...

—Sr. Can, aquí traigo su té.

Bien podría comenzar a enumerar mis problemas por ahí: el té. Tuve que renunciar al más delicioso que he probado en mi vida por mi brillante idea de aplicar en Sanem la psicología inversa como técnica persuasiva. 

Tengo la firme creencia de que fingir desinterés y establecer cierta distancia entre los dos va a hacer que tarde o temprano ella reaccione y acabe actuando según sus deseos, que no son muy diferentes a los míos, de eso estoy seguro. El problema es que, como parte de ese plan, tuve que optar por cortar ciertos apegos que adquirí al conocerla, y eso es más difícil de lo que imaginé.

—Gracias, Ceycey.

Aquí viene la parte complicada: cada mañana me tortura haciéndome tomar un sorbo frente a él para darle mi opinión, que por supuesto no es para nada sincera. No tengo la voluntad para romperle el corazón; sospecho que su carácter susceptible no toleraría una mala crítica. No quiero ni pensar en cómo se pondría si supiera adónde va a parar el líquido que me prepara cuando él se da la vuelta, es un secreto que comparto con la planta que adorna mi oficina, para la cual esa cosa extraña sirve de fertilizante.

—Está perfecto —miento, devolviéndole la sonrisa que aparece en su rostro. 

—Ya sabe que si quiere más sólo tiene que pedirlo.

—Gracias, yo te aviso.

Me sigue observando cuando comienza a retirarse caminando de espaldas, pero me niego a tomar una gota más de este brebaje.

—Está hirviendo —le digo, y él finalmente sale con una sonrisa de satisfacción.

Ya con esta nueva rutina cada mañana, me cuesta comenzar el día de buen humor, pero no es culpa de Ceycey y tampoco de Sanem, aunque sí es ella mi mayor problema. Su presencia jamás pasa desapercibida en la agencia, mucho menos para mí, que instintivamente aguzo el oído para escucharla hablar o reír, así que, mantenerme alejado de ella o fingir que me es indiferente es un verdadero martirio.

¿Cómo fue que me obsesioné tanto con esa chica? ¿Dónde y en qué momento pasó?

No tengo respuestas para esas interrogantes, lo que sí es seguro es que no va a salir tan fácilmente de mi cabeza y yo no puedo seguir con la enfermiza manía de tener que conjurar su imagen para que mi cuerpo responda a los estímulos de otra mujer.

Me digo que debo enfocarme en terminar de arreglar los asuntos que tengo pendientes de la campaña en curso, cuando escucho su voz al anunciarse desde la puerta de mi oficina con un saludo de buenos días.

Pretendo responderle como lo he venido haciendo todos estos días, fingiendo que lo que estoy leyendo en el ordenador es demasiado importante como para apartar mis ojos de la pantalla, pero no me da tiempo ni de abrir la boca, cuando ella decide no perder el tiempo en esperar una invitación para pasar.

Debo confesar que la curiosidad está ganando la batalla o, mejor dicho, aniquilando mi esfuerzo por reprimir el impulso de mirarla y no solo por su entrada tan inusual e inesperada, sino por el repiqueteo sobre el piso de unos... ¿tacones?

Como si todavía faltara añadir algo más a esa ecuación para terminar de impresionarme, traspasa la barrera que durante esta última semana se ha interpuesto entre los dos, el escritorio, parándose al lado de mi silla. Por su cercanía, no me toma mucho tiempo percibir que hoy se ha puesto más perfume del habitual, cosa que mi olfato le agradece.

Hasta que llegaste tú Donde viven las historias. Descúbrelo ahora