Capítulo 30

6K 139 72
                                    

SANEM

—¡Por favor, di algo! ¡¿Qué pasó?! —pregunta Rutkay con desesperación al verme llorar desconsoladamente sobre mi cama.

—Trata de calmarte, ningún hombre merece que llores así por él. —Saadet, que está recostada a mi lado, pasa su mano por mi cabeza aplacando mi cabello en un gesto tranquilizador.

—¡¿Pero que fue lo que te dijo?! —Mi amigo, cada vez más angustiado, se hace un espacio en la cama para también ocupar un lugar a un lado de mí.

—¡Nada! Ese es el problema, no dijo nada —respondo como puedo, en medio de incontrolables sollozos que agitan mi dolorido pecho.

—Ahora si es verdad que no entiendo nada —Rutkay deja salir su frustración con ese comentario y se gana una palmada con exceso de fuerza, cortesía de Saadet.

—A ver, amiga, ¿nos quieres contar desde el principio?

Le doy vuelta a la almohada empapada con mis lágrimas y, sorbiéndome la nariz, me dispongo a contar lo sucedido.

—Me llevó a cenar a un lugar muy lindo —comienzo con voz llorosa—, y justo como pensábamos me interrogó acerca de mi huida.

—¿Le dijste? —preguntan los dos con asombro.

—¡No! No iba a decirle que entré en pánico. Que no tenía idea de cómo debía comportarme con él, de cómo tenía que tratar al hombre con el que perdí mi virginidad, que aparte de ser mi jefe no tiene ninguna otra relación conm...

Ahogo con la almohada el llanto que me impide terminar, humedeciendo el lado que se había mantenido seco hasta este momento, y dejo que me consuelen los dos pares de brazos que me envuelven en un apretado abrazo.

Cuando mis sollozos comienzan a disminuir hago el intento de continuar.

—Cuando me trajo de regreso me pidió que me quedara esta noche con él. —Limpio las lágrimas que resbalan por mis mejillas y sigo—: Allí fue cuando me atacó de nuevo esa sensación horrible de no tener nada claro. Su comportamiento, su forma de tratarme, sus caricias solo empeoraban mi confusión.

—¿Y qué hiciste? —vuelven a preguntar los dos en perfecta sincronía.

—Pues... le pregunté —confieso—, pero él n... él no con... no contestó. —Mi llanto se desata con más fuerza que antes y mis lágrimas fluyen con total libertad.

—Calma, calma.

—Tenía esa mirada que tanto temía enfrentar. Esa mirada de miedo, de incomodidad. —Me sueno la nariz con el pañuelo que me ofrecen y chillo— ¡Soy una estúpida!

—¡Hey, no digas eso! No eres estúpida —me consuela Saadet.

—Mira niña, lo que pasó, pasó porque tu lo quisiste y, si mal no recuerdo, tú misma dijiste que no te arrepentías de nada —me recuerda Rutkay con severidad—. ¿Te doy mi opinión? No me respondas, igual te la voy a dar.

—Lo sé. —Le pongo los ojos en blanco por su irreverencia.

—Los tipos como él no se quedan callados ante una pregunta como esa. Si no te hacen saber sus intenciones antes de metértelo, te lo hacen saber justo después de sacártelo.

—¡RUTKAY! —grito horrorizada por su elección de vocabulario.

—Así mismo es. Rutkay tiene toda la razón —apoya Saadet, a quien miro boquiabierta por su traición al ponerse de su parte.

—O sea, lo que te quiero decir, chiquita, es que si no te dijo nada es porque ni él mismo lo sabe. A ese hombre solo le hace falta un empujoncito para darse cuenta de que siente más por ti de lo que cree.

Hasta que llegaste tú Donde viven las historias. Descúbrelo ahora