Capítulo 15

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SANEM

Siento los párpados pesados, ya es la cuarta vez que cabeceo en menos de quince minutos. Todavía faltan tres horas para irme a casa y estoy deseando rendirme, dejar de luchar contra la necesidad de cerrar los ojos de una vez por todas y dormir tan profundamente como sea capaz con la cabeza sobre el escritorio. 

Desde que me levanté esta mañana comencé a arrepentirme por haberme quedado despierta hasta tan tarde anoche. Aunque mi almohada es testigo de que hice todo lo posible por dormirme, mi cabeza no me lo puso fácil. Después de estar un buen rato dando vueltas en la cama se me ocurrió que sería buena idea plasmar mis pensamientos en mi cuaderno, luego ya no pude parar hasta bien entrada la madrugada cuando el sueño finalmente me venció.

Estoy trabajando en el archivo porque necesito concentrarme, pero es más el tiempo que paso con los ojos cerrados frente a la pantalla del ordenador, que produciendo ideas. A duras penas logré escribir dos líneas y no puedo estar muy segura de que vayan a funcionar. Si tan solo tuviera la inspiración que tenía anoche ya habría escrito dos guiones diferentes. Pero la campaña no va de una tonta que se enamoró de un hombre que no le va a corresponder jamás de la forma en que ella quiere y que, además, es su jefe.

Pero ¿realmente estoy enamorada? Y lo más importante: ¿se puede una enamorar de alguien a quien apenas conoce? Aún no sé casi nada de él... Uf, soy un desastre. Sentir todo esto es complicado y demasiado confuso.

—¡Basta, Sanem! —me regaño en voz alta, levantándome de golpe de la silla después de la quinta cabeceada. No sé por cuánto tiempo cerré los ojos esta vez, pero fue lo suficiente para que me diera chance de soñar algo. Demasiado caótico como para que mi mente exhausta pueda recordarlo con exactitud. 

Definitivamente no es un buen momento para estar aquí sola. Necesito de la algarabía de la oficina común para terminar de despertarme.

Voy caminando a la salida en medio de un bostezo cuando choco con algo duro.

—¡Au! —pego un grito de dolor.

—¿Estás bien? ¿Te hice daño?

¡Perfecto! Tengo delante de mí al culpable de mi desvelo. Me tiene sujeta por los hombros como temiendo que me vaya a caer si me suelta.

—Mmm, estoy bien —contesto con la mandíbula apretada, frotándome el mentón con la mano. No sé qué cara habré puesto que hace que la de él sea una combinación entre divertido y preocupado—. ¿Algo le causa gracia? —le suelto, haciéndome la ofendida.

—No, no, para nada, ¿cómo me iba a causar gracia que te lastimaras? —Su ceño está fruncido, pero es evidente que está conteniendo la risa.

—Mmm. —No me convence ni un poquito su respuesta—. ¿Será que ya me puede liberar? Estaba de salida. —Miro de reojo mi hombro para mostrar a qué me refiero.

—Eh... sí... No, espera. Te estaba buscando. Quiero que revisemos algo antes de que te vayas.

Una de sus manos baja de mi hombro a mi mano y no puedo evitar abrir mucho los ojos por lo inesperado del gesto. Él no se percata de mi reacción y me conduce de nuevo al asiento detrás del escritorio que había estado ocupando hasta hace un momento. Mueve la silla y me indica que me siente en ella. Sin soltarme. Bajo mi mirada hasta el enlace que forman nuestras palmas, y él la sigue como si sus ojos fueran un reflejo de los míos.

—¡Ah, discúlpame! Te devuelvo tu mano —dice con total naturalidad, como si fuera algo normal, como si no tuviera ninguna importancia. Supongo que para él tomarle la mano a una mujer realmente no significa nada—. ¿Enciendes la computadora, por favor? 

Hasta que llegaste tú Donde viven las historias. Descúbrelo ahora