Capítulo 7

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CAN

Aquí estoy otra vez, frente al edificio que alberga en su interior el sueño hecho realidad de mi padre, la empresa que fundó hace tanto tiempo y que se convirtió en su más grande orgullo «después de mis dos hijos, por supuesto», como él suele decir cada vez que alguien le pregunta al respecto; una de las empresas de publicidad más importantes de Estambul: Fikri Harika. 

Lo cierto es que, aún no he entrado y ya quiero salir corriendo, irme lo más lejos posible, no porque no me guste el trabajo de la publicidad, de hecho trabajé junto a mi padre un par de años antes de ejercer profesionalmente la fotografía y le llegué a agarrar cariño al oficio, pero hubo un punto en el que comencé a sentirme atrapado entre esas paredes, y después de trabajar tanto tiempo al aire libre en medio de la naturaleza he desarrollado una especie de aversión a las oficinas. 

Sin embargo, aquí voy de nuevo... 
______

—¡Papá! —digo, entrando a su oficina con los brazos extendidos. 

Han pasado dos años, o tal vez un poco más, desde la última vez que lo vi.

—¡Hijo mío, qué alegría! —Se levanta de su asiento detrás del escritorio para venir a mi encuentro—. No te imaginas lo que significa para mí que estés de vuelta por aquí. Creo que a veces se te olvida que tienes mucha gente que te quiere y extraña en este rincón del planeta.

—No, papá, no lo olvido, ¿cómo crees eso? Sé que la ausencia fue larga, pero estuve trabajando en algunos proyectos importantes —me justifico.

Mi hermano menor nos ve desde su oficina, que es la contigua, a través de las paredes de cristal que la separa de la de mi padre, y enseguida se acerca para incorporarse al reencuentro.

—¡Can, hermano! ¿Eres tú?

—¿Pero qué clase de pregunta es esa, Emre? Por supuesto que soy yo. ¿Es qué acaso conoces a alguien más que sea así de guapo? 

Pone los ojos en blanco y bufa. 

—Ya había olvidado lo humilde que eres.

—Ven aquí, dame un abrazo, hombre.

Nos abrazamos palmeando cada uno la espalda del otro. 

—La verdad es que te extrañé —admite—, llevarle la contraria a los demás no es tan divertido. Nadie es tan terco como tú.

—Eso ya lo sé —añado con aires de suficiencia—. También me hiciste falta hermano. Los dos me hicieron mucha falta.

Le hago una seña a mi papá para que se acerque a nosotros.

—Mis dos hijos queridos —dice, uniéndose a nuestro abrazo—, por fin estamos juntos de nuevo. Por cierto, Can, tenemos que discutir algunos puntos antes de la reunión.

Y con eso finaliza el breve momento de paz, para dar paso al inminente inicio de la que será mi vida a partir de ahora, por quién sabe cuánto tiempo.

Hasta que llegaste tú Donde viven las historias. Descúbrelo ahora