Capítulo 18

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CAN

—Guliz, ¿has visto a Sanem? —Después de lo que pasó ayer en mi casa, había hecho todo lo posible por evitarme hoy, pero no se lo iba a poner tan fácil.

—Sí, hace rato la vi, estaba en la fotocopiadora.

—Dile que me traiga un té, por favor.

—Ahora mismo le digo, Sr. Can.

Ay Sanem, ¿qué voy a hacer contigo? ¿qué es eso que tienes que hace que me gustes tanto? ¿será esa sonrisa tan brillante, capaz de iluminar el universo entero? o, ¿tal vez esos ojitos y esa forma de mirar tuya que te desnudan el alma? ¿acaso es la suavidad de tu piel o ese cabello tan sedoso? Quizá lo que me atrapó fue la fragancia exquisita que emana de tu cuerpo, aunque tengo la sospecha de que en realidad fue la mezcla embriagadora que forman todos esos atributos...

—¡Can, querido! —El grito de júbilo que se extiende por todo el espacio me saca abruptamente de mis cavilaciones.

La mujer que acaba de entrar en mi oficina es, por mucho, la última persona a la que hubiera querido ver en este momento.

—Polen... —digo, poniéndome de pie sin poder ocultar mi desconcierto.

Polen encabeza la lista de mujeres que esperan obtener más de lo que yo estoy dispuesto a darles. La conocí en Londres, por unos amigos en común y siendo una mujer hermosa e inteligente no dudé en enredarme con ella cuando lo insinuó, pero para mí, solo había sido una aventura recurrente mientras estuve allá, nada más y puedo asegurar que procuré en cada ocasión ser muy claro en mis intenciones.

Cruza la oficina corriendo y se cuelga de mi cuello, encaramándose sobre mí.

—Te he sorprendido, ¿verdad?

Yo no podría haberlo dicho mejor.

—Permiso —se anuncia Sanem en ese preciso instante, golpeando con sus nudillos la puerta abierta, empleando la fuerza suficiente como para llamar la atención de toda la agencia.

Lo que me faltaba. Después de todo lo que la estuve esperando, viene a aparecer en el momento más desafortunado.

—Buenas tardes —dice, mirando a la mujer a mi lado ya bien ubicada en el suelo, pero con una mano aún aferrada a mi cuello.

Polen le responde con un, casi imperceptible, asentimiento de cabeza y una sonrisa fingida en el rostro, examinándola de pies a cabeza.

—Sanem, pasa por favor.

Que se topara con semejante cuadro, no era exactamente lo que pretendía para cuando viniera a mi oficina. Camino hacia ella para recibir el vaso que trae en la mano y, de paso, aprovecho de zafarme del agarre en mi cuello.

—Le traje el té, pero no sabía que tenía visita. —A lo mejor son ideas mías, pero me da la impresión de que hay un reclamo implícito en sus palabras—. Ahora mismo traigo uno para usted —dice esto último dirigiéndose de nuevo a Polen.

—Gracias linda, pero no hace falta, estoy bien así —le asegura ella.

Esta vez es el turno de Sanem de dedicarle una mueca a modo de sonrisa, que no tarda mucho en desaparecer por completo, antes de girarse para salir.

—¡Espera, Sanem! —la llamo y ella se vuelve para encararme. Su mirada expectante está llena de furia, pero eso no me intimida, todo lo contrario, me encanta, solo puede significar que está celosa—. En un rato voy a querer otro té, me lo traes por favor. —Es más una advertencia que una petición. No se va a librar de mí, hoy no.

Una vez que sale, cierro la puerta para enfrentar la tormenta que se avecina, con toda la privacidad que permiten las puertas de vidrio, por las que ya presencian el espectáculo los reunidos en la oficina común.

Hasta que llegaste tú Donde viven las historias. Descúbrelo ahora