Prólogo.

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El viento se movía de una manera ferviente, haciendo que las copas de el Árbol Boxeador se unieran a su compás y creado un silbido que solo podía percatarse en el más profundo de los silencios.

Dentro las paredes del mágico castillo ya se habían oscurecido, dejando a los estudiantes en una perfecta oscuridad para descansar en sus aposentos, pero se lograba oír un ruido constante en los pasillos que se guiaban hacia la habitación de los profesores.

Al interior de los breves rayos de luz lunar que se alcanzaban colar entre los grandes ventanales, se distinguía la silueta del profesor Snape caminando en esa dirección y en su rostro el rastro de una lagrima que recorrían por sus mejillas, sus ropas estaban sucias con escombros parecidos a cenizas y pequeñas astillas de madera, él era el causante de ese ruido, con un hechizo simuló el sonido de la suela de sus zapatos, para así, esconder los quejidos de un bulto que se revolvía constantemente entre sus brazos. 

Estaba sumido en sus pensamientos de culpabilidad, su cuerpo estaba rígido y con la misma apariencia de siempre, perfecta e implacable, pero en su corazón quería gritar sus lamentos al ver el frio cuerpo de su amada desfallecida en el suelo de su habitación, el cual abrazó hasta que vio al bebé que estaba en su cuna y que ahora tenía en sus brazos.

— Profesor Snape ¿Dando un paseo a estas horas? — el nombrado se detuvo en seco cuando escucho que su nombre provenía detrás de su espalda, sacándolo de sus más recónditos pensamientos. — Me parece que el director Dumbledore le solicitó una reunión personal con usted para discutir un tema algo... delicado.

Furioso, Snape se voltea y con una voz imponente casi gritando le responde.

— Me parece que eso no es de su incumbencia Sir. Nicolás — el fantasma retrocedió casi por instinto al ver los ojos chispeantes del profesor.

— Es... urgente, — le responde — le he estado buscándolo por toda la tarde y como no lo encontraba no sabía si lograría salir de esta...

— No insistas — le interrumpe el profesor de manera abrupta — Sus problemas no son de mi incumbencia y los míos tampoco de la suya — le reprocha el profesor.

— Me terminaran de cortar la cabeza si le vuelvo a fallar a Dumbledore, ya estoy sentenciado a mi segunda muerte — le responde el fantasma con una expresión angustiante.

— No será necesario Sir. Nicolás, ya estoy aquí — la voz del director de la Escuela de Magia y Hechicería se hizo presente en el pasillo — Puede retirarse.

— Si Señor Dumbledore — esas fueron las últimas palabras del fantasma antes de retirarse y perderse de vista entre los pasillos.

— ¿Qué traes ahí Severus? — dijo, llevando sus manos detrás de su espalda y apuntando con un leve movimiento de cabeza en dirección hacia la manta raída que reposaba en los brazos de su compañero.

Snape limitándose a mantener silencio sujetó con más fuerza a la bebé que se hallaba entre sus brazos y dudó en mostrárselo, temiendo que si lo hacía desaparecería frente a sus ojos.

— Después de tantos años sigues siendo igual de reservado, — esa fue la respuesta de Dumbledore a ese acto de apego sobre la criatura — No has cambiado en nada.

Analizando sus opciones se dio cuenta de que debía mostrarle lo que reposaba en su regazo y con mucho recelo cedió ante la petición que se le había hecho.

— Es muy pequeño.

— Pequeña, es una niña — le corrigió, lo más suave posible.

— ¿Este es el asunto que querías hablar conmigo? — dijo, manteniendo sus ojos sobre los de Snape — ¿La razón de tu carta?

La Guardiana De La Piedra Filosofal (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora