Ya no hay hojas que cubran este dolor, se cayeron todas, las tiraste. No se libró ninguna. Fuiste injusta, sabías que ninguna podía competir con el marrón de tus ojos, y aun así, por el placer de quitar vida, arrancaste hoja a hoja cada una de las esperanzas de ese viejo árbol, en el que tenía pensado besarte mientras nevaba. Ya no hay hojas que nos cubran ni nieve que caiga. He empezado a quemar todas mis cartas sin sello, las que el cartero no cogió y las que yo no me atreví a darle. Imagínate que las lees. A lo mejor, ahora yo no estaría muerto de frío, y tendría tus abrazos, tú guardarías las cartas. No olería a quemado, solo habría fuego, te tendría como extintor, en caso de incendio. Los dos sabemos que te quiero ardiendo toda la noche, que soy friolero y que te quiero. Eres la mujer más inflamable que he querido, quien juega con fuego se quema, quien juego contigo explota, en tantos pedazos como noches perdidas. En mi zona ya me llaman el suicida, solo me falta una chispa para que me quites la vida, lanzar todo por los aires, incluidos todos nuestros males. Que más decir de este frío infierno, que me hiela las arterias y me quema cada una de mis venas. Qué más decir de este ardiente invierno, 20 grados, ni una nube, sol y un ascensor que solo sube. No quiero sol que me caliente, quiero pasar frío y que tu seas mi abrigo, no me hago el valiente, tan solo te busco disimuladamente, mientras estas ausente. La distancia que se puede salvar en un viaje en coche duele más que la de un par de aviones, sabiendo que no te puedo ir a buscar. Ruego, grito y sueño con que llegue la primavera para no tener excusa, para olvidarte. Ni frío, ni abrigos, ni nieve, ni amigos. Tan sólo desconocidos, eso sí, con derecho a conocerse de nuevo, como si se presentasen de cero.