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Esa noche Drian Reng pensó más de una vez en cometer magnicidio y cada vez que tuvo el impulso de correr a las recámaras del rey, marcó sus uñas en las palmas de sus manos.

El odio corría por su cuerpo como lava y su cerebro le jugaba una mala pasada porque solo podía verla encima de él, desnuda y de espaldas. Reconoció su cabello y su cuerpo mucho antes de que ellos se dieran cuenta que él estaba ahí.

La mirada que le dio Alisha cuando habló fue una que nunca más deseaba ver.

Quería asesinar al rey con sus propias manos y que sufriera, pero a pesar de su determinación, Drian sabía que sería inútil y estúpido. Matar al monarca no era una opción viable para nadie. Los pasillos de su recamara estarían vigilados por un montón de guardias Kheam que no dudarían en matarlo por traición antes de tocarle un rulo al rey.

Nunca se sintió tan impotente. Quería hacerse un ovillo y llorar hasta que el recuerdo de su hermana teniendo sexo con Tomhasei se borrara de su mente. Que estúpido fue al confiarse de que ella estaría fuera del radar del rey.

Si sus padres y su tía estuvieran vivos, ya lo hubieran tirado a los perros por su negligencia. Alisha era su mayor responsabilidad y fue un inepto a la hora de protegerla. Merecía que los demonios del Averno, si existían, se lo llevaran.

Todos en el castillo en cierta manera estaban al tanto de que Tomhasei y algunas doncellas no jugaban al ajedrez en los aposentos reales, pero miraban para otro lado. ¡Que se lo llevaran! Él mismo lo hizo.

Tenía una única meta en la vida y acababa de fracasar.

Había amanecido cuando dejó de auto compadecerse por algo que no le correspondía; la única víctima de la situación era Alisha.

Se arrastró fuera de la cama y se cambió el pijama gris por el uniforme real.

No pudo pegar un ojo en toda la noche, necesitaba respuestas de su hermana así que fue en su búsqueda. Tuvo que recorrer gran parte del castillo hasta que pudo hallarla en las cocinas. Gracias a la enseñanza que su tía Leeva les dio a ambos, Alisha pudo obtener un puesto cuando él se convirtió en Kheam. No era el sueño ideal para una políglota como su hermana, pero estaba conforme.

Ali, como él y Ruy la habían apodado, llevaba puesto una falda marrón acampanada y una blusa demasiado grande para su pequeño cuerpo. Su cabello rubio como el trigo y parte de su rostro estaban salpicados de harina.

Por estar concentrada en sus actividades no se dio cuenta de su llegada así que cuando le habló, dio un brinco del susto. Parte de la masa que tenía en las manos terminó desperdiciada por el suelo y otro poco en su cabello. Drian arrugó la nariz ante eso, sin embargo, se recompuso cuando Ali lo miró con odio.

—Estoy trabajando —gruñó entre dientes y luego se agachó para tirar la masa desperdiciada a la basura.

A Drian no le gustó que lo ignorara, necesitaban conversar o de lo contrario se volvería loco. Quería respuestas.

—Tienes que contarme acerca de lo que vi la noche pasada —susurró para que las demás doncellas no prestaran atención—. Necesitó saber cuándo mi hermana se convirtió en una Im... —se detuvo antes de terminar la frase.

Alisha se giró hacia él hecha una furia, pero luego miró asustada al resto de sus compañeras. Ambos suspiraron cuando comprobaron que nadie les estaba prestando atención.

—Hablemos afuera —le pidió su hermana mientras se quitaba algunos restos de masa de su cabello.

Tanto él como Alisha se parecían físicamente a su madre: ojos marrones simples, cabello rubio claro y la piel llena de lunares. Sin embargo, el carácter de Ali era igual al de su tía Leeva. Esa mujer menudita había tenido un carácter de los mil demonios y siempre decía las cosas, sin importarle en lo más mínimo la otra persona. Su hermana era igual, tenía mal carácter y respondía cortante la mayoría del tiempo.

EL DESIGNIO DE LAS REINAS ✓ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora