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Correr por una calle empedrada, llena de gente y con un fortachón persiguiéndola no era el mejor plan que Kelleia había armado en su vida, pero no ya no podía hacer nada.

Cuando sorprendió a los dos vigilantes que arrastraban a Wern, después de que Ruy se marchó, logró noquear a uno pero el otro se mantuvo firme y apenas pudieron escapar de él. Aunque antes de salir a correr pudo recuperar su vara eléctrica.

La vara estaba abierta en la punta y se podía ver una pequeña lucecita roja. No tuvo que pensar mucho para darse cuenta que eso era un rastreador. Se maldijo a sí misma por no pensar en esa posibilidad, sin embargo, no tenía tiempo para más lamentos. Tenía que poner la mayor distancia entre esas personas y la cabaña.

—¿Te encontraron en tu casa? —le preguntó a Wern mientras se mezclaban entre los peatones.

—Sí —respondió agitado—. Estaba saliendo cuando esos dos tipos aparecieron de la nada y empezaron a gritar por ti —Al oír sus palabras, Kelleia hizo una mueca—. Cuando entraron a la casa y no te encontraron, pero sí a la vara eléctrica, quisieron que los llevara ante ustedes.

—Lo siento mucho.

—No recordaba tener esa cosa en mi casa —explicó el sanador mientras doblaban en calle poco concurrida—. Quizá la hallé el día que los conocí y la guardé. Te juro que no sabía que estaba ahí, aunque ellos fueron directamente a ella.

—Es porque tiene un rastreador implantado —musitó mirando hacia atrás.

Lo habían logrado. El fortachón de cabello negro ya no estaba detrás de ellos.

—No soy ningún tonto —se quejó Wern entre dientes—, sé qué están en algo raro, pero ¿quiero saber el por qué?

La hija de Oleck se mordió el labio. No quería responder preguntas que podrían ponerlo en peligro, sin embargo, era lo que menos podía hacer por él.

—¿Has oído hablar del rey de Eldreck?

—¿Quién no ha escuchado del rey más joven de la Alianza de los últimos cincuenta años?

—No estaba hablando de ese rey, pero también sirve —dijo pensando en su padre—. Soy media hermana del rey Tomhasei y al parecer me adora tanto que pidió que me buscaran para llevarme de regreso.

Si el sanador entendió su sarcasmo o no, no dijo nada. Cuando preguntó por Alisha y el padre de su bebé, ella lo ignoró. No le daría información de la hermana de Drian.

Se metieron en un callejón estrecho con salida. Si los mapas que vio en el camino decían la verdad, estarían por llegar a la calle principal que iba directo al palacio de la reina Astrid.

Estaban a medio camino del callejón cuando del otro lado aparecieron dos mujeres portando las mismas armas que los matones que dejaron atrás.

La más baja era una morena vestida completamente de negro y tenía tatuado el ojo, mientras que la más alta tenía el cabello rojo y la piel bronceada. Llevaba puesto un abrigo de piel blanca que dejaba a la vista sus botas de tacón negro y parte de su piel.

Y a pesar que la morena los estaba apuntando con el arma, la pelirroja daba mucho más miedo. El brillo en sus ojos y su forma de sonreír le producían repelús. 

Por puro instinto Kelleia se puso sutilmente delante del sanador.

—Creo que es la primera vez que nos vemos cara a cara —ronroneó la mujer del blanco.

Tenía un acento parecido al de Drian, pero mucho más marcado.

—No tengo la menor idea de quién eres.
La mujer estaba a punto de hablar, pero su acompañante se adelantó:

EL DESIGNIO DE LAS REINAS ✓ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora