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Drian no tenía idea de que harían con el sanador y el solo pensamiento de que Kelleia se quedara con Wern hasta que estuvieran a salvo no le gustaba nada; separarse solo traería más problemas

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Drian no tenía idea de que harían con el sanador y el solo pensamiento de que Kelleia se quedara con Wern hasta que estuvieran a salvo no le gustaba nada; separarse solo traería más problemas. El Kheam quería regresar a la cabaña, guardar sus pertenencias y seguir con el plan. Quizá Kelleia no quisiera entenderlo, pero la sola idea de que estuviera en peligro lo ponía enfermo. 

Días atrás había intentado hablar con ella acerca de su regreso al reino. Drian quería que viajara con ellos a Graia, y una vez que Alisha estuviera realmente a salvo, regresar por Marlina. Para él, era hora que ambas mujeres dejaran atrás el juego perverso de Tomhasei. Sin embargo, no se había animado a decir nada.  

Con pesar miró hacia su amiga y al sanador.

—No puede ir con nosotros —repitió una vez más.

Kelleia entrecerró los ojos y luego exclamó:

—¡Ya sé! Por eso me quedaré con él hasta que el peligro pase.

—Tiene que haber otra forma.

—¡Basta! —gritó Wern cansado de estar fuera de la discusión—. Iré a la casa de mi jefe: es un hombre viejo que vive solo y en las cercanías al palacio real. No tendrá problema en alojarme. 

Drian y Kelleia compartieron una mirada antes de asentir. Habían perdido la pista de Amina Ramil y sus hombres. Corretearon de un lado al otro con tal de marearlos en su búsqueda. 

Decidieron escoltar al sanador hasta la pequeña casa de madera de su jefe. Wern les dio una mirada antes de correr y golpear la pesada puerta de la entrada. Ninguno de los dos esperó a que fuera bienvenido y se internaron en las sombras. 

Se perdieron varias veces de regreso a la cabaña, pero no se encontraron con nadie. Si los estaban buscando le perdieron la pista hacía tiempo.

Todavía tenía escalofríos por las palabras de esa mujer maldita. Decir que él era de ella como si fuera una propiedad y no una persona consciente lo enfureció. Y por un momento pensó seriamente en rajarle el cuello ahí mismo, pero no quería que Kelleia lo viera de esa manera. No permitiría que las palabras de una mujer desquiciada lo perturbaran. No era un asesino.

Zelia era completamente diferente de noche. Los pequeños focos colgados como si fueran guirnaldas le daban un aspecto mágico a la ciudad. La calles estaban vacías a excepción de guardias reales caminando de un lado al otro. 

—Creo que hora de partir —murmuró Kelleia a su lado.

Drian estaba de acuerdo. Ya no podían esperar más, si lo seguían haciendo estarían jugando con la suerte. 

—Está bien —respondió acomodándose el abrigo que llevaba puesto—, Iremos por los chicos y continuaremos el viaje a Graia: los cuatro.

El guardia sabía que ese no era el plan original, no obstante, las cosas habían cambiado. Ya no eran las mismas personas y Kelleia se había vuelto demasiado importante para todos ellos. 

—No —dijo Kelleia deteniéndose contra una casa pequeña—. Amina Ramil se unió a la fiesta, tiene a la maldita marina detrás de ella. Es muy probable que no puedan viajar en un transoceánico.

—No creo que esa mujer sea tan imbécil como para atacar un vehículo extranjero cuando ni siquiera es reina. 

La chica movió la cabeza sin parecer convencida del todo. 

—¿Qué sucede? —preguntó pegándose un poco a ella. 

—Es hora de regresar a casa con los míos.

—¿Con los tuyos? —repitió sin poder creer lo que escuchaba—. ¿Te oyes? No puedes hablar en serio Kelleia. No tienes a nadie más que a tu madre.

—Gracias por recordar el hecho de que nadie me quiere —masculló entre dientes. 

Drian quiso golpearse a sí mismo por ser bruto con sus palabras. Su intención no era ser brusco ni tampoco insultarla. 

—Mi hermano ya sabe que estoy con ustedes —prosiguió Kelleia—. Y sí, es más que seguro que me torturara cuando me encuentre. Sin embargo, para cuando él dé conmigo, ustedes ya estarán lejos.

—¡Y una mierda! —explotó.  

Sin decir nada, tomó la mano de la chica y se escondieron entre una pancarta gigante que estaba en contra de la tala indiscriminada. 

—No puedes regresar allí. El enfermo de tu hermano dejará de jugar y te asesinara de una vez por todas.

Drian no quería levantar la voz, pero estaba comenzando a desesperarse. Quería que la chica entrara en razón, se negaba a dejarla ir con su hermano y no pelear por ella.

—Mi hermano no me hará daño.

—¿Cómo puedes estar tan segura? —preguntó. Y cuando Kelleia no dijo nada siguió insistiendo—: Una vez que estemos lejos podremos volver por tu madre. Si nosotros pudimos salir del reino, ella también puede. 

¡Qué tontos habían sido! Tuvieron la oportunidad perfecta para escapar todos del infierno y dejaron atrás a Marlina. Si tan solo se la hubieran llevado con ellos…

—Si mi madre quisiera irse de la mierda ya hubiera venido con nosotros —Kelleia desvió la mirada hacia el suelo—. Desearía sacar a mi madre del reino, pero no estoy segura de que ella quisiera irse.

Algo en su tono de voz le indicaba otra cosa. 

—No pierdas el tiempo mintiendo —la acusó con enfado—. No me faltes el respeto ni lo hagas contigo. Eres tú la que no quiere irse de Eldreck y es porque estás obsesionada con algo que no te pertenece. El sistema no sirve, pero son ellos quienes mandan y son ellos los que decidieron que Tomhasei debía estar en el trono y no tú.

—No me importa no ser reina —graznó su amiga con tristeza.

—¡Eres una reina Kelleia! —Gritó con los brazos en alto—. No hace que tengas una corona en tu cabeza para que lo demuestre. Vales mucho más que una pieza de cristal o que un trono de oro macizo. Y es una mierda que ellos no se den cuenta del valor que tienes. No me importa que suene como un egoísta, pero ellos se lo pierden. 

Drian se estaba abriendo a alguien que no fuera su familia o Ruy por primera vez en mucho tiempo. Necesitaba decirle sus sentimientos, decirle lo importante que ella se había convertido para los demás, pero sobre todo para él. Se moría por besarla y descubrir a qué sabían sus labios, sin embargo, era una cobarde que le tenía miedo al rechazo. Quería besarla en un lugar limpio y no escondido en la oscuridad de un cartel.

—Sé que esas personas no me aceptarían jamás, pero Eldreck también es mi pueblo. Soy una Nox aunque no me dejen pertenecer a la realeza y es mi deber velar por esas personas que se verán afectadas a las políticas de mi hermano. 

—Ellos no te quieren ni te necesitan como nosotros —susurró acercándose a ella—. Te odian por existir y es estúpido que piensen de esa forma porque si se tomaran el tiempo de conocerte se darían cuenta de lo increíble que eres. 

Drian le acomodó un cabello suelto detrás de la oreja y ella sonrió. 

Kelleia Nox no merecía ser sacrificada por nada ni por nadie. Ninguno de ellos se merecía a una mujer maravillosa cuando lo único que hacían era escupirle. Ninguno de esos se la merecían si lo único que hacían por ella era reír cuando luchaba en la fosa. 

Kelleia estaba a punto de hablar cuando un zumbido empezó a sonar por el aire. 

Ambos compartieron una mirada y luego miraron a las pocas personas que caminaban por la calle. Todos se detuvieron y comenzaron a cuchichear  entre sí. Los únicos que parecían tranquilos eran los guardias Xhor.

Su estómago se tensó cuando la voz dura del rey Tomhasei llenó el aire. 

EL DESIGNIO DE LAS REINAS ✓ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora