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Kelleia Demni Nox solo podía escuchar el alarido proveniente de las gradas. Era imposible ignorar a todas esas personas que clamaban violencia, sangre y sobre todo una muerte.

La sangre y la mugre cubrían su cuerpo entero. Le picaban las rodillas raspadas y su pómulo ardía por culpa de un corte fresco; sus manos no estaban mejor, le faltaba una uña y sus puños estaban curtidos. La chica miró de reojo la sangre que tenía encima y se preguntó cuánta sería suya.

Todo su cuerpo gritaba de dolor y lo único que deseaba era volver a casa.

Con cansancio movió los hombros hacia adelante y hacia atrás, y luego se ató su cabellera negra en una coleta alta haciendo que varios mechones quedaran sueltos.

La lucha de los Gladiadores se celebraba para presentar al mejor guerrero del reino y ella participaba desde que tenía la mayoría de edad, cuando su padre le pidió ser su guerrera. Aunque todo cambió cuando el nuevo rey ascendió al trono y modificó una lucha honorable por una masacre. Donde solo había un sobreviviente.

Cuando la competencia comenzó hace unas horas fueron seis personas quienes habían entrado al anfiteatro, mal llamada la fosa, pero ahora solo quedaban ella y la mujer rubia del extraño tatuaje en el párpado.

Ahora que estaban ellas dos, Kelleia se sentía insegura de dar el primer paso por miedo a caer en una trampa de principiante. Su rival parecía tener su misma altura y no podía negar que era buena ya que derrotó a dos hombres del doble de su tamaño, sin embargo, era soberbia. El tipo de actitud que nadie debía permitirse tener en un lugar como este.

No tenía muchas opciones para elegir. Nadie se dignó a tirarle un arma extra así que debía arreglarse con dos movimientos: corría hacia la espada que abandonó al comienzo de la lucha o agarraba la cuchilla de mango corto incrustada en la cabeza del primer hombre que asesinó.

Dos opciones para el mismo destino, darle fin a su contrincante.

Después de pensarlo un segundo descartó la espada porque estaba demasiado lejos de ella y muy cerca de su oponente. Le dio una mirada rápida a la mujer del tatuaje antes de correr hacia el cadáver del hombre ulrieckno.

Sin pensar mucho en las consecuencias quitó la cuchilla del cráneo. Tragó saliva e hizo una mueca de repugnancia cuando vio la sangre roja y espesa mezclada con algo más oscuro. Reprimió las ganas de vomitar cuando parte de la sangre comenzó a chorrear por su mano. Negó con la cabeza y se limpió contra el pantalón.

La chica se irguió y miró hacia su rival. Esta le dio una sonrisa maliciosa antes de darse la vuelta y comenzó a alentar a la multitud en éxtasis. Kelleia miró a todas esas personas y lo único que pudo sentir fue asco.

Dejó de prestarle atención a los pobres diablos y se fijó en su cuchilla. Sopesó las posibilidades de atacar y en las que podía salir herida... las probabilidades eran mixtas.

Si quería ganar tenía que concentrarse.

Permitió que la rubia siguiera perdiendo el tiempo y empezó a recordar los consejos de sus múltiples entrenadores: Merrick, el luchador de artes de contacto, siempre le aconsejó dejar al adversario más difícil y eso había hecho. Supo que la mujer sería la más difícil cuando vio las armas que escogió: dos cuchillas planas muy parecidas a su espada y cuchilla corta.

Otra de sus entrenadores, Jalira, quien llegó a ser la más estricta de todos le recalcó que controlara ese maldito pie chueco suyo a la hora de pelear y que estuviera atenta a todo lo que ocurría a su alrededor.

El mejor de todos sus maestros, su propio padre, fue quien le dio el mejor consejo de todos; debía encontrar toda debilidad en su contrincante para poder exprimirla hasta el final y así poder ganar. Kelleia estuvo atenta y así fue como se dio cuenta de la debilidad que tenía la mujer en el brazo izquierdo.

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