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Si alguien le hubiera dicho hace unos meses que estaría tan a gusto con Kelleia, la hija bastarda del rey Oleck, prácticamente se le habría reído en la cara

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Si alguien le hubiera dicho hace unos meses que estaría tan a gusto con Kelleia, la hija bastarda del rey Oleck, prácticamente se le habría reído en la cara.

Todo cambió desde ese entonces; ya nadie era la misma persona que era. De alguna manera todo cambió. Ahora no solo le agradaba su compañía sino que también le gustaba como mujer. Ya no podía negarse a sí mismo lo que sentía. Estaba demasiado atraído por ella como para dudarlo.

Kelleia era mágica. Tenía una personalidad compleja, pero que de alguna manera había logrado descifrar. Entendía sus comentarios de cuando ella estaba bromeando de aquellos que eran serios.

Cuando estaba contenta, todo su cuerpo se relajaba y sus ojos brillaban de una manera especial, en cambio, cuando estaba molesta se tensaba o fruncía demasiado el ceño. Y ni hablar de los comentarios listillos. 

La chica era divertida, inteligente y hermosa. Y si las personas se tomaran el tiempo de conocerla se darían cuenta que era mucho más que la bastarda del rey, una asesina o una cara bonita.

Drian había perdido demasiado tiempo en darse cuenta de la mujer que tenía a su lado. Ahora era tarde y tenía que dejarla ir.

Dejaron Zelia pasando el mediodía y se internaron profundamente en el bosque.
Caminaron por un sendero que estaba mojado debido al deshielo de la escarcha. Y a pesar de que el sol estaba alto en el cielo, la copa de los árboles lo cubrían.

—¿Qué harás cuando llegues? —le preguntó Drian luego de pasar por encima de un tronco caído.

—No tengo idea. Quizá intente meterte otra vez al palacio para averiguar algo.

Al guardia no le gustaba en lo más mínimo la idea que ella se internara en ese lugar. Ahora más que nunca Tomhasei debía tener la vigilancia hasta el tope.

Drian sentía que toda esta situación era como un juego… y mientras que él era un peón desechable, Kelleia era la reina que se sacrificaría por un rey inútil.

Drian sentía que toda esta situación era como un juego… y mientras que él era un peón desechable, Kelleia era la reina que se sacrificaría por un rey inútil

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Estaba atardeciendo cuando llegaron al final de ese bosque y entraron en un pueblo mucho más pequeño que la Capital. Las calles eran prácticamente senderos de piedra y al igual que en Zelia, las casas estaban iluminadas por pequeños farolillos.

Habían llegado a la mitad del camino, era hora de que Drian regresara con Alisha y Ruy. El camino de regreso le llevaría horas.

—¿Dónde te piensas quedar? —Le preguntó el guardia con suspicacia—. No me digas que planeas quedarte en medio de la nada o caminar toda la noche por el bosque porque te congelarás.

Kelleia estaba a punto de responder cuando un movimiento a su derecha le llamó la atención. A unas cuadras, cerca de un camino a medio construir y que se dirigía al bosque norte, un hombre los estaba mirando fijamente.

Cuando le sonrió mostrando todos sus dientes chuecos, un escalofrío le recorrió el cuerpo.

Quería creer que se trataba de un espectro, pero cuando el imbécil de Aeneas Kalos dio la orden de persecución supo que no era así.

Sin perder tiempo a nada le advirtió a Drian que corriera.

EL DESIGNIO DE LAS REINAS ✓ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora