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Sus botas al igual que las de Ruy estaban llenas de barro y ni hablar de su ropa empapada por culpa de la llovizna que los acompaña desde que dejaron la cabaña

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Sus botas al igual que las de Ruy estaban llenas de barro y ni hablar de su ropa empapada por culpa de la llovizna que los acompaña desde que dejaron la cabaña.

Estaba atardeciendo cuando llegaron a la primera tienda del centro: una panadería
humilde con un solo cartel enfrente.

—Yo entraré y tú te quedas aquí —le dijo a Ruy.

El muchacho asintió y se puso debajo del techo para evitar mojarse.

Kelleia contó las pocas coronas que tenía en la mano y luego entró. El aroma a pan recién hecho invadió sus fosas nasales y no pudo evitar recordar a su madre. Había pensando bastante en ella y le preocupaba no saber nada de su paradero. No había podido comunicarse con ella desde que llegaron a Zelia.

—¡Benditas sean las Reinas por traerla! —La saludó una mujer detrás del mostrador—. ¿En qué puedo ayudarla?

Kelleia dejó de pensar en su madre e intentó recordar cuál era el saludo clásico de Rolvin. Que le dieran un saludo en nombre de las "Reinas" significaba que era un reino creyente en las nueve divinidades.

La chica había oído acerca de la creencia en el norte de Afradur y del mismo continente: ellos creían en otras cosas.

—¡Que la gracia esté con ellas! —respondió recordando la forma de saludar—. Me
gustaría comprar un poco de harina para preparar mi propio pan casero.

—Claro —dijo con amabilidad—. ¿Cuánto necesita?

—Quiero cinco kilos.

La mujer sonrió y se marchó por una puerta trasera con una bolsa marrón en sus
manos.

Kelleia miró con pesar a la vidriera delante de ella. Detrás de la vidriera en canastas de mimbre se hallaban toda clase de panes: de harina integral, de harina de lima, de chocolate y algunos estaban cubiertos de glaseado. Todos dispuestos para llamar la atención y comprarlos.

La chica contó las coronas en su mano e hizo un puchero cuando se dio cuenta que no podría gastar de más porque además de la harina tenían que comprar carne y leche.

Estaba apartando las monedas para pagar cuando la puerta detrás de ella se abrió. Giró la cabeza y frunció el ceño cuando Ruy se acercó a ella.

Las mejillas del chico estaban coloradas y tenía un brillo de pánico en sus ojos.

—¿Qué sucede? —le preguntó mirando de reojo a la puerta por donde había salido la
dueña de la tienda.

—Esos vigilantes que vimos con Drian están aquí —explicó con un leve temblor en la
voz.

Kelleia frunció la nariz sin entender cuál era la relación entre esas personas con ellos.

—¿Y?

—Se llevaban a rastras al sanador, a Wern —Ruy miró a todos lados antes de acercarse
a ella y susurrarle al oído—: Lo arrastraban mientras gritaban tu nombre y uno de ellos
llevaba tu vara eléctrica.

Kelleia no tuvo que sumar dos más dos para entender lo que eso significaba. No había dudas, esas personas trabajaban para su hermano y él los había encontrado. Pagaron la harina y salieron de la panadería sin decirle adiós a la amable mujer.

Una vez afuera, corrieron en la dirección que Ruy señaló que llevaban al sanador. Ese pobre hombre que no tenía nada que ver y aun así terminó en la cruzada de Tomhasei.

Había olvidado su vara en el algún momento del día en que Alisha se descompuso y no había pensando en ella otra vez. Que ellos la tuvieran junto a Wern tenía que significar que él la había hallado y no se la devolvió. No recordaba mucho de ese día y no sabía si el muchacho la había tomado o no.

—Tengo que detenerlos —le gritó a Ruy mientras corrían esquivando a transeúntes—. El sanador sabe donde vivimos, no puede llevarlos hasta allí.

—No puedo dejarte sola, esas personas portan armas extrañas —se quejó su amigo.

Y con más razón tenía que alejarlos de la cabaña. No quería pensar lo que ocurriría si  llegaban a Alisha y ellos estaban desarmados. No tenía intención de saber cómo  funcionaban las armas que Drian le había descrito.

—Ya sé y por eso mismo soy la única que puedo ayudarlo —respondió mirando la calle empedrada buscando a las personas del extraño tatuaje—. Wern nos ayudó, y además debo poner la mayor distancia entre los vigilantes y nuestra cabaña —Cuando logró divisar a dos hombres y al muchacho en medio de la multitud le dijo a Ruy—: Ve con Drian y dile que están cerca.

—No puedo dejarte aquí sola, él me mataría.

—No importa —respondió con un nudo en el estómago—. Vete. No se trata de mi
seguridad o la tuya, se trata de la de Alisha y su niño —Cuando el muchacho no se movió, ella le gritó—: ¡Vete Ruy!

Kelleia sabía que Ruy se quería quejar y que no tenía intenciones de dejarla sola, pero aun así asintió y salió corriendo por una calle diferente.

La chica no tenía miedo por ella. Claro que no, ella salvaría a Wern y les daría tiempo a
sus amigos para que pudieran escapar de las garras de su hermano una vez más.

EL DESIGNIO DE LAS REINAS ✓ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora