3.- Filament

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"korosu koto wo osorezu
negai wa mou kanawanai
tada mamoru tame ni ikiru
boku ga boku de aru tame ni"

— ¡No eres bueno ni siquiera para morirte!

El golpe del hombre mandó al suelo al niño con brusquedad. En medio de un arrebato de ira, las vendas que cubrían la cabeza de Hong'er habían sido arrancadas por su padre solamente para que pudiera golpearlo sin ningún estorbo. El pequeño tosió escupiendo un poco de sangre, un breve respiro que terminó cuando su padre lo jaló del cabello violentamente para darle más golpes, uno en cada mejilla, el segundo golpe propinado con tal fuerza que el labio inferior del niño se partió.

— Fuiste lo suficientemente bueno para matar a tu madre pero no lo eres para quitarte la vida— masculló el hombre—. Eres una aberración inútil, solo sabes traer la desgracia donde quiera que pones el pie. ¡Y ahora, manchaste la gracia del Príncipe Heredero con tu sucia presencia!

Un nuevo golpe, esta vez dirigido al pecho, mandó al niño contra una pared. Hong'er sintió su cabeza rebotar contra la superficie de la pared y cayó al suelo, haciendo un esfuerzo sobrehumano para no perder la conciencia. Tenía miedo de lo que le pudiera pasar si llegaba a dormirse. Inesperadamente, su primer hermano se acercó poniéndose en cuclillas para observarlo; una sonrisa burlona curvó sus labios al tiempo que ladeaba la cabeza y dijo con voz dulce:

— Hong'er. ¿No te quieres dormir? Si no vas a dormir levántate, no podemos tener inútiles en casa.

Hong'er trató de ponerse en pie. Se sentía desorientado, la cabeza le palpitaba y su pecho dolía cada vez que respiraba, pero aún así luchaba por mantenerse alerta. Sin embargo, sus fuerzas fallaron y cayó pesadamente al suelo, tosiendo. En ese momento su segundo hermano se aproximó aceleradamente y lo pateó en el estómago, obligándolo a rodar boca arriba solo para que su primer hermano le echara una cubeta de agua fría en la cara. La voz demandante del padre se escuchó en ese instante.

— ¡Mocosos del demonio!— exclamó—. ¡El agua no está para que la desperdicien con ese inútil bueno para nada!

El hombre se acercó a los niños, tomando a Hong'er del cuello de la ropa y lo echó fuera con una patada.

— ¡Largo!— gritó—. ¡Y no regreses más!

Hong'er se puso en pie trabajosamente, y abrazándose a sí mismo comenzó a caminar lejos de ese lugar, tambaleándose, mareado por la cantidad de golpes recibidos. Su cabeza dolía, su pecho ardía, tenía frío y estaba hambriento, no había absolutamente nadie que se compadeciera de él aunque fuera un niño. En ese momento recordó la calidez con la que el Príncipe Heredero lo había sostenido entre sus brazos, no como una carga o un estorbo, sino... como un ser humano. Como el niño pequeño que era.

¿Por qué nadie más puede tratarme así? ¿Realmente soy tan desagradable?

Su padre tenía razón. Sus hermanos tenían razón. Él era un inútil, un fenómeno que solo llevaba consigo la desgracia.

Conforme avanzaba, se dio cuenta de la forma en cómo la gente lo miraba: con asco y repulsión. Un pequeño grupo de niños pasó corriendo cerca de él, uno de ellos lo vio y lo empujó violentamente haciéndolo caer de bruces al suelo.

— ¡Sal del camino, estorbo!

Los demás niños comenzaron a reír, y Hong'er volteó hacia ellos dirigiéndoles una mirada furiosa que provocó la sorpresa en general en los infantes, algunos incluso lo miraban con la boca abierta. Uno de ellos lo señaló con temor, diciendo:

— Sus ojos... sus ojos... ¡son diferentes!

Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Hong'er. ¡Había olvidado las vendas en su casa! ¿¡Cómo pudo haber olvidado algo así!? Las exclamaciones de temor no se hicieron esperar:

— ¡Es un fenómeno!

— ¡Es un monstruo!

— ¡Es horrible!

— ¡Atrápenlo!

Hong'er salió huyendo en el momento que los niños comenzaron a rodearlo para atraparlo. No iba a dejar que lo atraparan, tendrían que perseguirlo hasta el cansancio, y aún si lograrán alcanzarlo se defendería de la forma en que pudiera, no iba a caer sin darle lucha a todas esas personas que lo querían lastimar. Su complexión pequeña y delgada le dio ventaja para poder escapar, y se ocultó detrás de un callejón donde a nadie se le ocurrió buscar y una vez allí, relativamente a salvo, Hong'er se hizo un ovillo en un rincón y se echó a llorar desconsoladamente.

¿Acaso había llegado al mundo solo para sufrir?

La estrella de la soledadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora