5.- The Chevalier

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"You are the one I'd give my life for
You are the one who is haunting my dreams"

Hong'er no podía creer que hubiera llegado a los trece años.

Desde que había sido echado de casa, y desde que decidió huir de aquel monte donde todos lo consideraban un niño maldito, vivía cada día esperando que fuera el último. Cada mañana despertaba sorprendido de poder ver un nuevo día y vivir el mismo sufrimiento: robar algo de comida para subsistir, tratar de conseguir algún trabajo para ser echado a patadas, ocultarse de la gente para no ser molestado... la misma rutina dolorosa, durante tres largos años.

De vez en cuando pasaba por su casa. Solamente miraba a lo lejos, ya que las veces que se topaba con su padre éste lo golpeaba para que se alejara mientras sus hermanos simplemente lo ignoraban. En una de sus ocasionales visitas descubrió que su padre había llevado a otra mujer a casa, lo cual le enfureció. Ella no tenía derecho de estar en el sitio donde había vivido su madre.

Ella jamás iba a reemplazar a su madre.

Luego de ver a esa mujer en su casa, con la que se supone debería ser su familia, Hong-er no regresó más a ese sitio. Si ellos no querían saber nada de él, ¡pues perfecto! Él tampoco quería saber nada de ellos. No los necesitaba, de cualquier modo nunca estuvieron con él cuando lo necesitaban y si pensaban vivir olvidándose de su madre... ¡No quería tenerlos cerca nunca más! De vez en cuando, las palabras de aquel hombre pasaban por su mente y se cuestionaba si sería verdad. Si la estrella de la soledad lo había marcado y si por eso la única persona que lo había amado había perdido la vida.

Si él de verdad era un niño maldito.

Y en esas ocasiones, Hong'er buscaba entre sus ropas aquella perla que tenía Su Alteza. Había querido devolverla cuando se dio cuenta de que la traía consigo, pero el solo volver a ese sitio que le había gustado ahora le daba miedo y existía la probabilidad de que lo echaran en cuanto lo vieran. Ya no quería ser echado de ningún sitio, por lo que decidió conservar la perla como si así pudiera conservar la calidez de aquel abrazo reconfortante, y recordaba las palabras de consuelo del Príncipe Heredero.

Entonces, él ascendió a los cielos y se convirtió en un dios. La alegría de Hong'er al enterarse de esa noticia fue inconmensurable: Su Alteza podría ayudar a otros del mismo modo que lo había ayudado a él. Pronto, el adolescente fue testigo de los cientos de templos erigidos en su honor y una gran amargura se apoderó de él al pensar en que no podría entrar a ninguno de éstos a presentar sus respetos. Tal vez, incluso, si rezaba Su Alteza no podría escucharlo entre cientos y cientos de plegarias dirigidas a él.

No importaba, si otros podían hacer sus templos y santuarios, él también haría el suyo propio. Después de todo, Hong'er era un chico inteligente, si se las había arreglado para sobrevivir, se las arreglaría igual para honrar a su dios aunque fuera de una forma muy humilde.

Fue así como dio con una casa destartalada y abandonada. Nadie parecía estar interesado en ella, así que Hong'er decidió adoptarla como propia. Poco a poco, logró reconstruirla hasta que pareció más un refugio que una constructora ruinosa, y con el paso de los años logró convertirla en un santuario conspicuo para el Príncipe Heredero. Claro que, hubo alguien más que se apresuró a ayudar sin que él lo supiera, puesto que un día llegó y encontró el santuario completamente establecido, con una estatua, el estandarte del príncipe y una mesa para las ofrendas.

Daba igual, el resultado era el mismo. Lo único que no le gustó fue ver que ese alguien había puesto unas simples alfombras para postrarse. Ver esos sencillos trozos de tela le enfureció: Su Alteza había pedido que nadie debía postrarse ante él, ¿por qué nadie le obedecía? Rápidamente quitó las alfombras, no tenían nada que hacer allí.

La estrella de la soledadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora