Prólogo

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Se dice que en la vida uno no lo puede tener todo, que para levantarse hay que caer, que para ganar hay que perder. Eso Heather Ripoll lo tenía claro, y demasiado. Lo había comprendido de la manera más ruin y cruda, tan cruda como lo estaba ahora por dentro. «¿Por qué a mí, Dios?, ¿por qué has permito todo esto? ¿Qué has planeado conmigo?» se repetía a sí misma, mientras era escoltada por dos policías con las manos esposadas hacia su asiento frente al juez. Seis meses después de aquel horrible día, desde aquel desafortunado y doloroso suceso... Y aún seguía sin entender lo que ocurrió aquella noche, ella jamás le haría daño a nadie, su familia y aquel que la conociera bien lo sabía, cuando amaba, amaba fuerte a pesar de ser como era, tan fría al afecto. Pero cuando tocaban su alma, ya no había marcha atrás. No lograba hacer memoria de lo que había pasado, no sabía absolutamente nada, pero ya no le interesaba su destinoEl corazón le dolía a más no poder, ¿Cómo es que seguía respirando con tanto dolor? Aún no lo descifraba, pero quería dejar de hacerlo, deseaba irse con él y abrazarlo para luego pedirle perdón por haberle dicho aquellas cosas tan horribles e hirientes, para luego perderlo sin expresarle un último te amo, cuánto le importaba y que a pesar de sus fallas había sido un gran padre, sin duda alguna. Caminó en silencio hasta llegar a la corte, ese era su fin. Allí estaba su tía Barbara llorando por ella al igual que su amiga, pues sabían que ella no había matado a su padre, no podía haber sido ella. Por supuesto que también estaba su tía Vilma disfrutando del espectáculo, era la más feliz al saberla dentro de la cárcel. No la soportaba, era una maldita arpía, ¿Cómo es que se atrevía a venir con tal descaro? Fue entonces, cuando lo volvió a ver, ahí estaba él. Aquel atractivo y juicioso hombre que se hallaba sentado con su típico traje negro, y que ahora llevaba el cabello corto. Ah, qué guapo estaba ese maldito infeliz. Pero no tardó en percatarse que de su brazo estaba la estúpida de Daphne, su prima; actuaba tan melosa con él mientras le hacía mimos para que la ignorara al pasar. Sintió el estómago revuelto, las ganas de vomitar querían apoderarse de ella al ver la escena. Sin embargo, no se lo permitió, logró recomponerse. En ese preciso momento al verlo se dio cuenta de que todo había sido un simple espejismo. Él no era esa persona que tantas veces le había hecho creer que era, ni tampoco sentía por ella lo que decía sentir, no era el hombre que había conocido, era más que evidente que todo este tiempo estuvo sumida en un mundo lleno de mentiras y engaños. Su mirada azul se conectó con los mieles de él, su mirada destilaba el asco y el arrepentimiento que sentía por haberlo metido en su vida, por haberlo querido para siempre en algún momento de lucidez, o de locura. Su mente nublada y el corazón negrecido hablaron por ella. Así como fue capaz de amarlo con todo su ser, odiarlo se le haría sencillo. Se sentó en la mesa junto a su abogado, ya el juez estaba preparado para iniciar el juicio.

El juez llegó al cabo de un rato, y todos se pusieron de pie.

 Buenos días a todos, pueden tomar asiento. Bien... observó con detenimiento el portafolios que se le había concedido. Lo tomó con desgano y dejó salir un largo suspiro, tal vez queriendo ponerle fin al bendito caso. Estamos aquí hoy para darle el veredicto final a la señorita Heather Catherine Ripoll por asesinato en primer grado hacia Christopher Garret Ripoll, su padre. los ojos de Heather se humedecieron rápidamente, su corazón se arrugó como una pasa de uva, lo tenía hecho pedazos. Su papá, su amado padre... Muerto. Asesinado. ¿Por ella? Todavía no cedía ante esa idea, ni tampoco podía afirmarlo o negarlo. 

Todos los presentes e incluso algunos miembros del jurado murmuraban muy por debajo de lo permitido, pero aun así ella podía oírlos, podía sentir como todos estaban hasta después de ciento ochenta días incrédulos. Una mujer de la alta sociedad, que siempre fue vista como un ejemplo de prácticamente todo, tan fina y sofisticada, le quitó la vida a su padre; lo apuñaló en el pecho dejándolo en agonía hasta que dio su último suspiro. Pocos la tomaban de inocente, se negaban ante aquella escena. Pero, por otro lado, eran demasiados los escépticos que la creían culpable, y no era para menos después de haberse filtrado su vida privada con un pasado bastante turbio. No les era difícil suponer que por un episodio de psicosis o estrés había cometido aquel atroz crimen. Pero ella no podía recordar nada. Solamente se repetía el mismo suceso en su mente. Había vuelto del trabajo, se dirigió hasta su departamento y simplemente se fue a dormir, para luego despertar con un terrible dolor de cabeza y todo el cuerpo entumecido, y un par de horas después estar entre las rejas por haber asesinado a Christopher. Juraba que no lo había hecho, no podría haber hecho semejante cosa, su padre lo era todo para ella, pero nadie le creía, su único apoyo y todo lo que le quedaba eran su tía y su amiga Josephine, y es que había tantas pruebas en su contra. Su ADN en la camisa del hombre, algunos cabellos rojos sobre la alfombra y su perfume dulce, aunque duradero se hallaba impregnado en algunas pertenencias y ropa de su padre. Por supuesto que eso no era alentador ni favorable para su defensa. El juez aclaró su garganta, y observó fijamente a la mujer.

Lo ImperdonableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora