II

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Mi padre me despertó a las cinco y media. Tenía que estar en el aeropuerto dos horas antes de coger el avión, así que tenía el tiempo justo para asearme y vestirme.

Entré en el baño y cogí el cepillo. Mientras dormía, se me había levantado el flequillo que escondía mi amplia frente, la cual me provocaba complejo, así que tuve que mojarlo. Mientras me peinaba mi larga y lisa melena teñida de azul, observaba mi rostro en el espejo. Era una técnica que me había recomendado mi psicóloga: observar mis virtudes en el espejo para así poder aceptar mis defectos. Mis cejas delgadas y negras, una de ellas perforada, estaban bien. A mi parecer, mis redondos y despiertos ojos azulados eran mi mayor virtud. "Supongo que algo bueno tenía que heredar de Paola Bernacci", pensé. Mi fina y redonda nariz, corta y recta, también me había causado complejo hacía unos años, pero ya había conseguido aceptarla. "El septum debe estar recto", volví a pensar, colocándome bien el piercing. También mis pequeñas orejas redondas llevaban perforaciones, además de unas dilataciones negras de cinco milímetros. Había aprendido a adorar mis pómulos prominentes gracias a actrices como Angelina Jolie, aunque ella estuviese operada. Mi boca estrecha de labios carnosos había sido motivo de burla en el colegio. Supongo que mi forma de aceptar alguna parte de mi rostro que no me gustara era perforándola, porque también tenía un aro en medio del labio inferior. Tenía dieciséis años y un padre permisivo, de ahí tantas perforaciones.

Me lavé la cara y me cepillé los dientes, que estaban un poco amarillentos por culpa del tabaco, y eso que solo había empezado a fumar hacía unos meses. Me eché desodorante y colonia y volví a mi habitación.

En una esquina de mi cuarto había un espejo de pie. Me gustaba observar cómo me quedaba la ropa después de ponérmela.

Me quité el pijama y observé mi cuerpo desnudo en el espejo. Estaba muy delgada, aunque aquello era una consecuencia del pasado. Tampoco destacaba por mi estatura, ni siquiera llegaba al metro sesenta. Mi cintura era muy estrecha, mientras que mis caderas eran anchas, lo cual me daba dificultades a la hora de comprar vaqueros, que me estaban justos por las caderas y enormes por la cintura. Aunque eso me daba más razones para comprarme cinturones anchos. Me encantaban mis piernas gruesas y mis pies pequeños.

- Marlena, son las seis en punto. Vamos a llegar tarde -oí que decía mi padre.

Dejé de fijarme tanto en mi cuerpo y me puse un sujetador negro, crucial para que mis pechos, que no eran ni muy grandes ni muy pequeños, se vieran bien. Después cogí una camiseta de tirantes negra con el logo de los Rolling Stones, que me iba un poco grande. Me la puse junto con unos vaqueros cortos normales y corrientes. Me puse unos calcetines blancos y unas zapatillas de deporte antes de salir de la habitación.

Mi padre ya había bajado mis cosas, así que cogí el billete y la cartera y salí del piso. Él me esperaba en el viejo coche de color burdeos que había comprado cuando nació Sandro. Cerré el maletero antes de meterme en el coche, colocándome en el asiento del copiloto.

- ¿Lo llevas todo? -dijo mi padre cuando llegamos, después de sacar mis cosas del maletero.

- Sí, me he asegurado bien.

Me miró unos segundos en silencio, antes de tirar de mí hacia él y darme un fuerte abrazo.

- Saluda a tu hermano y a tu cuñada de mi parte.

- Sí.

- Y haz todo lo que te diga tu madre.

- ¿Es necesario? -me quejé.

- Es tu madre.

- No, no es mi madre. Es una bruja, y no de las de Hogwarts -bromeé.

- Marlena, lo digo en serio. Compórtate -dijo con tono serio, pero calmado.

Girls Bite Back (Victoria de Angelis)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora