IV

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Mi madre vivía en un bajo con jardín. No estaba segura de si mi madre había comprado aquel paraíso porque de verdad le encantaba o porque le gustaba aparentar. Mi madre estaba muy orgullosa de su clase social, así que era más probable lo segundo.

Lo primero que se veía al entrar era el parqué, obviamente, que cubría toda la planta. Era un loft, así que en una misma habitación se encontraban salón, comedor y cocina. Al fondo, justo en frente de la entrada estaba la puerta que daba al jardín. Era de cristal con el marco blanco y un estor, nada especial.

A su izquierda estaba el televisor, que era enorme y de alta definición, pero lo que siempre me había llamado la atención era la frase que había escrita debajo de este en la pared, con letras cursivas, que decía: "Famiglia, dove la vita inizia e l'amore non finisce mai". Familia, donde la vida empieza y el amor no se acaba nunca. Solo mi madre, que nunca se interesó por su familia, podía poner una frase tan hipócrita como aquella.

A la izquierda de la entrada había un sofá rinconera de terciopelo marrón. Aquel sofá era mi cama todos los veranos. No me quejaba, porque era bastante cómodo. Aún recordaba que Sandro y yo teníamos que dormir juntos en el sofá antes de que él se independizara, pero era bastante grande así que cada uno tenía su espacio.

El comedor se encontraba a la derecha de la entrada. Una mesa de cristal con un centro de flores blancas rodeada de seis sillas. Era bonito pero bastante corriente. Y la cocina, que estaba al fondo a la derecha, era bastante grande para tratarse de un apartamento para un máximo de dos personas.

El baño y el dormitorio de mi madre estaban en habitaciones apartadas, al final de un pasillo que separaba el comedor de la cocina. Este pasillo era algo simbólico, ya que no tenía paredes.

Sandro se despidió de mí y se fue antes de que mi madre llegase, señal de lo poco que la aguantaba.

Yo me senté en el sofá y encendí el televisor. Me aburría como una ostra. Era por eso por lo que siempre me escapaba saltando la valla del jardín, para disfrutar un poco de lo que la ciudad de Roma me podía ofrecer.

Mi madre llegó sobre las ocho. Nada más llegar me miró y me observó de arriba a abajo.

Era una mujer muy hermosa, demasiado para la maldad que llevaba dentro. Llevaba un traje con americana muy típico de ella y unos tacones altos que tapaba su pantalón. Era de estatura baja y constitución delgada, como yo. Físicamente, éramos casi iguales. Ojos azules, labios carnosos, pelo liso... solo que ella no se había teñido el cabello en su vida hasta que empezó a tener canas. Nuestro color narural era castaño oscuro, casi negro. Seguramente por eso puso cara de enfado cuando vio que el mío estaba azul.

- ¿Qué te has hecho? -preguntó con tono de asco.

Suspiré y rodé los ojos.

- Hola, mamá, ¡cuánto tiempo! Sí, yo también te he echado de menos -dije con sarcasmo.

- ¡Estás horrible! ¿Y esas perforaciones? ¿Quién te ha dado permiso para hacértelas?

- Papá, pero eso no es lo mejor. Todos los agujeros que tengo en el cuerpo los pagó con la pensión compensatoria que le debes enviar, incluido el piercing que me hice el mes pasado en el clítoris -bromeé.

Mi madre siempre había criticado mi físico y mi estilo. Quería que fuese una princesa pero me veía como el sapo. Sus críticas me sentaban muy mal de pequeña, pero con el tiempo aprendí a darles la vuelta y hacer bromas sobre mi físico para ponerla de los nervios.

- Déjate de bobadas, Marlena. ¡Estás horrible! -repitió-. ¿Es así como esperas triunfar en la vida? ¿Haciéndote perforaciones y tatuajes y vistiendo como una bollera? ¿Qué crees que piensa la gente cuando ve esa camiseta que llevas con la... la boca sacando la lengua?

La miré con incredulidad y después eché un vistazo a mi camiseta de los Rolling Stones.

- ¿Que tengo buen gusto musical? -sugerí.

- ¡No! Que eres una invertida y una marimacho.

- Pues que lo piensen, porque es lo que soy. Me encantan las vaginas -volví a bromear, aunque ni yo sabía cuál era mi orientación sexual.

- ¡Eres la peor hija del mundo! -exclamó.

- Mamá, das mucha pereza, en serio -dije con calma, tirándome en el sofá.

- ¿Ah, sí? Pues hoy te haces la cena tú solita. Y a ver si te haces algo de ensalada, que has engordado.

En realidad, había adelgazado.

- Como siempre -me encogí de hombros.

- Esta niña mal criada siempre sacándome de quicio. La culpa es de su padre, que es un blando -mascullaba mientras se iba a su dormitorio, al que jamás me había dejado entrar.

Yo rodé los ojos y seguí viendo la televisión. Mi madre seguía pensando que, a esas alturas, me afectaba que me castigase sin cenar después de haber pasado mis dieciséis años de edad usando ese castigo, haciendo duras críticas sobre mi aspecto y mi cuerpo y sometiéndome a dietas estrictas, provocando que a los doce años, poco antes de aquel primer beso no consentido, sufriese un principio de anorexia nerviosa. Pero en fin, aquello lo superé gracias a mi psicóloga y, evidentemente, a la música.

Desde entonces, cuando estaba con mi madre, era yo la que se preparaba su propia comida. Mi madre tampoco apoyaba el hecho de que fuese vegetariana, y no me podía arriesgar a que escondiese algo de carne en mi comida solo para fastidiar. Ya me lo había hecho otras veces.

Me hice un plato de espaguetis con tomate y con eso quede más que cenada. Me encantaba todo tipo de comida italiana, supongo que era por mis raíces, de las cuales estaba orgullosa aunque me hubiese tocado lo peor de Italia como madre.

Me fui a dormir pronto porque estaba cansada del viaje. Al día siguiente tendría que ir de compras con mi hermano y mi mejor amiga. "Ojalá no tuviese que hacerlo", pensé. Odiaba ir de compras.

Girls Bite Back (Victoria de Angelis)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora