Capítulo 1

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Irene no era una chica normal, no era indiferente en el reino porque era, nada más y nada menos que la reina.

Tenía muchas actividades que le gustaba practicar pero nunca tenía tiempo para nada ya que siempre tenía algo que hacer. Ser una reina llevaba muchas responsabilidades e Irene tenía que estar pendiente de todas.

Cuando se levantó por la mañana se vistió, preparó su cama y se dirigió al gran salón que tenía su palacio. Al poco tiempo, cuando se acercó a la jaula de oro de su loro Pitxi, descubrió que no le quedaba alpiste y se preparó para ir a la tienda de mascotas para comprar comida.

Cuando Irene ya estaba preparada se dirigió a la puerta de salida, pero uno de sus sirvientes le cortó el paso.
-No hace falta que salga, su majestad. Yo iré en busca de alpiste -dijo el sirviente.
-No hace falta, Eduardo, puedo ir yo sola, no me va a pasar nada -respondió Irene.
-Que sí -insistió Eduardo- , no me importa ir.
-A mí tampoco me importa ir, además, es mi loro.
Eduardo se dio por vencido y la reina salió por la puerta.

Iba por las pequeñas calles del reino e intentaba no llamar mucho la atención, siempre encontraba a alguien que le hacía perder tiempo muy valioso. Por suerte, iba bien tapada con un pañuelo y nadie le reconoció.

Cuando llegó a la tienda de mascotas se quitó el pañuelo. No era una gran tienda, solo era un pequeño puesto donde vendían cosas necesarias para tener una mascota, y de vez en cuando, te podías encontrar un animal abandonado que habían puesto en adopción. Irene respiró hondo y sacó su monedero de la mochila que llevaba.
-¿Cómo te va en el palacio? -la sorprendió la tendera.
-Es difícil salir de allí pero por suerte, aquí estoy -contestó Irene con una sonrisa- . ¿Y tú qué tal llevas la tienda?
-No suele venir mucha gente, la mayoría piensan que tener una mascota es como tener una pocilga.
A la tendera se le apagó el brillo que tenía en los ojos.
-No te preocupes, María -dijo Irene- yo seguiré viniendo y comprando el alpiste más caro del mercado.
Ambas rieron e Irene compró el alpiste.

La joven siguió su camino con su pañuelo en la cabeza, le habría apetecido quedarse a observar el mercado pero tenía prisa porque debía acudir a una reunión muy importante.

Cuando llegó al palacio se cambió de vestido para acudir a la sala principal, una sala ocupada por una mesa enorme en la que siempre se preparaban reuniones. Una de sus funcionarias le comentó que debían matar a un esclavo, que ya había pasado mucho tiempo desde que mató a una ciudadana.

Irene lo recordaba perfectamente, vio con sus propios ojos el cadáver ensangrentado de la muchacha. Al final se descubrió al culpable pero no le mataron, simplemente le convirtieron en un esclavo.

Irene volvió a la realidad, nunca le había gustado matar a nadie pero a veces eso era lo que debía hacer.
-Tenemos que matarle, su majestad -repitió la funcionaria- , no sabemos cuándo puede suceder la próxima muerte.
Lo sé -dijo Irene- , pero ya sabes que no me gusta ejecutar a nadie. Además, seguro que mató a la muchacha por alguna razón. Primero habrá que descubrirla e intentaré que cambie como persona, así, quizá no haya que matarle.
A la funcionaria no se le veía muy convencida pero al final accedió. Nadie podía rechazar una elección de la reina. Irene, convencida, bajó al sótano que era dónde estaba el esclavo.

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