Capítulo 12

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Irene estaba tumbada en su cama y se había llevado a Pitxi a su habitación. Estaba muy cansada y le dolía mucho la cabeza. Decidió ponerse el termómetro y tenía 38 grados. Nadie sabía que estaba allí pero si alguien entraba para buscarle, no le sorprendería, al fin y al cabo, era su propia habitación. Luna estaba allí también, al irse del sótano no había estado muy cómoda, por lo tanto Irene se llevó a la pequeña yegua al establo.

Al principio reaccionó un poco asustada, estaba ante caballos de gran tamaño. Pero al ponerla en su sitio, en el sitio de su madre River, se tranquilizó bastante e Irene le dejó allí.

Irene volvió a su habitación, ahora se sentía más cansada. Debía haber llevado a Luna al establo cuando se hubiera recuperado. De pronto escucho a la puerta abrirse y entró Dani.
-Hola Irene ¿estás bien? -preguntó el chico.
-Sí, solamente estoy cansada -respondió la joven. No quería que Dani se preocupara por ella.
-Bien, voy a dar una vuelta con Luna. ¿Dónde está?
-Le he llevado al establo, ¿sabes dónde está?
-Sí, no te preocupes -contestó el príncipe.
Dani salió por la puerta y al poco tiempo, la reina se durmió.

Aún en un sueño ligero, escuchó que alguien daba golpes a su puerta y se despertó por completo.
-¡Adelante! -gritó la chica esperando encontrar a Dani.
Pero no fue él quien entró en su habitación. Allí entró una chica más o menos de su edad a quien no conocía de nada. Era alta, en comparación con ella. Tenía el pelo por los hombros y era rizado y pelirrojo. Irene nunca había conocido a nadie que tuviera el pelo así. La mayoría de la gente, ella incluida, tenía el cabello castaño. Tenía los ojos verdes a diferencia de la reina que los tenía azules. Lo único en lo que se parecían era en que las dos eran bastante delgadas. Esa chica vestía un traje negro y eso extrañó a Irene. Las chicas en el palacio solían llevar vestidos.
-Buenas, su majestad -dijo la chica.
-Hola, puedes llamarme Irene y no hace falta que hables en tercera persona -explicó Irene.
-Bien -respondió la desconocida.
-¿Quién eres? -preguntó Irene.
-Soy Emma, ahora soy tu nueva funcionaria.
-¿Y de qué te encargas tú, Emma?
-Sí -respondió Emma- , yo soy una detective. Vengo porque tu funcionaria Ariana me ha llamado. Me han encargado encontrar a un asesino que se encuentra en este reino.
-Sí, ha matado a dos mujeres y a una yegua.
-Vale, si quieres, mañana hablaremos más tranquilas cuando se te quite la fiebre. Toma estas pastillas, te sentarán bien -dijo la detective.
-Muchas gracias, adiós -se despidió Irene un tanto confusa.
La reina estaba muy confundida. Entonces recordó lo que Ariana le había dicho el día anterior.
-Buscaré al mejor detective que haya para encontrar al asesino -propuso Ariana.
Ahora todo tenía sentido. Solo esperaba que Emma pudiera encontrar al asesino. No dudaba en que ella era muy buena detective, enseguida había sabido que tenía fiebre. Lo que no sabía era de dónde había sacado las pastillas. Suponía que llevaba cosas importantes para todas las situaciones. Le había caído bien, tenía pinta de ser una buena persona. Se dio cuenta de que no le había preguntado su edad. A parte de ser su nueva funcionaria, Irene pensaba que podían ser amigas. Pocas veces encontraba a alguien de su edad en el palacio. Irene sabía que Emma haría un gran trabajo y tenía ganas de conocerle mejor.

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