Capítulo 24: El mejor amigo...

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— ¡Vera, vamos! —me dijo James, tomando mi muñeca con la mano de su brazo libre y guiándome a través de los oscuros pasillos.

   Alex iba a la cabeza, con su gemelo haciendo de vigilante, para los piratas, y buscador, para los niños. El gemelo de James sólo dormitaba mientras su cabeza se balanceaba levemente.

   Me tropecé con un escalón junto cuando fuimos interceptados por Zorrillo. Él y Conejo habían logrado esconderse en un cofre del tesoro, mientras que Osezno estaba debajo de ellos en otro mucho más pequeño.

— Hay que darle un premio al difunto gordo —comentó Zorrillo, rascándose la barbilla—. Se sacrificó por nosotros.

¿Difunto?

   James se alarmó; casi dejando caer al gemelo, cuya cabeza cayó ante toda la fuerza de gravedad y volvió a subirse con el doble de energía. El rostro del pequeño fue simplemente wow.

— Sí, hace rato que esa caja no se mueve.

   Zorrillo se encogió de hombros, como para restarle toda importancia posible al asunto, e intentó seguir su camino. Iba a paso lento y descuidado, como si esperara algo además de que nosotros lo siguiéramos.

   Alex me miró, me guiñó un ojo, y susurró que fuéramos detrás de él.

— Pero... —James intentó protestar, visiblemente preocupado, pero Alex le interrumpió.

— Sé lo que está haciendo, sólo sigan la corriente.

   Y seguimos la corriente, lentos y cercanos del baúl donde tal vez, sólo tal vez, yacía el dulce y corpulento Osezno.

— Era un buen chico, ¿no es así? ? —murmuró Alex, a nadie en particular pero muy cerca del oído de Zorrillo.

   El chico se estremeció.

— Nah, era un buen tragón.

— Pero el mejor de su clase supongo.

— No, Conejo come más y no engorda. Que ustedes no lo vean es algo muy distinto.

   A mi lado, Conejo se sonrojó. Sus mejillas se tiñeron de un fuerte color rojo y sus labios se curvaron en un movimiento imperceptible. Le sonreí para calmarlo, tocando rápidamente su hombro, y él me devolvió la sonrisa.

   Era la primera vez que lo veía sonreír así, cómplice de mis palabras y culpable de sus acciones. La verdad es que era muy delgado bajo ese traje de conejo; frágil y delicado, como diría mi padre si lo llegase a ver.

— El caso es que, vamos a extrañarlo —finalizó Alex, después de un par de otras frases a las cuales no les presté atención.

— No lo creo —Zorrillo de cruzó de brazos y detuvo su paso, cerrando los ojos en una mueca de desagrado—. Aunque...

— ¿Aunque?

   Me divertía el tono que empleaba Alex. Era el mismo que usó una vez con su madre para persuadirle de viajar una semana a Hawaii. "Y luego no sabrás qué pudo haber pasado, te habrás perdido el mejor o el peor viaje a la playa y tú no tendrás ni idea". Lo que sí supo su madre (gracias a mí) fue que el chico hizo una fiesta.

   O el intento de una. Ya que antes de la una de la mañana logré que el vecino, cuyo gato me gusta cuidar los domingos, amenazara con llamar a la policía. Obviamente el Sr. Pharrell no iba a llamar a nadie, pero eso sólo él y yo lo sabíamos con certeza.

   También recuerdo que Alex no me habló durante semanas, y esas semanas se alargaban hasta ahora. Fui yo, pues, quien se detuvo asombrada.

   ¿Seguía molesto conmigo? Porque, de hecho, no lo aparentaba.

— Él era muy ruidoso y torpe... —murmuró un pensativo Zorrillo.

— ¿Sí?

— Sí; me despertaba siempre para que lo acompañara a desayunar en las mañanas. Siempre ha sido un miedoso, él siempre... Oh, no. No respira bien en lugares pequeños... Él... ¡¡¡Osezno!!!

   Zorrillo gritó, alarmado y casi llorando, mientras corría de vuelta al baúl que poco después dejó de estar sellado. El chico luchó con un par de cadenas para liberar la caja donde estaba su amigo.

— ¡No, no, gordito, no mueras! —exclamaba—. ¡Tú no puedes morir, tienes una vida y muchas cosas qué probar por delante! Lo siento, de verdad lo siento. Vamos, vamos...

   Y empezó a llorar, llorar de verdad, soltando palabras muy difíciles de entender bajo sus dramáticos sollozos.

— ¡Eres mi mejor amigo, Osezno!

   Y la caja se abrió.

  Sólo que allí no había nadie.

— ¿Qué...? —Zorrillo no pudo terminar su frase, pues la puerta del baño que estaba a un par de pasos a su lado se abrió.

   Osezno sacudió sus manos mojadas.

— ¿Zorrillo? ¿Por qué lloras?

— ¡Estás vivo! ¡Oh, gordo, pensé que habías muerto asfixiado y aplastado por tu propia grasa!

   Y el chico abrazo a su no-muerto amigo. Y, de hecho, fue tierno. A su manera, claro. No se podía esperar mucho tratándose de Zorrillo.

   Y en medio de toda la conmovedora escena que Osezno no terminaba de entender, Alex tocó mi hombro. Ya no llevaba al gemelo en sus brazos, y pude ver que lo dejó jugando con Conejo.

— ¿Acaso no soy un genio? —murmuró, pero él no quería oír mi respuesta a esa pregunta. 

   Yo asentí, buscando entonces la manera de abarcar el tema. Me fui por la forma más rápida y sencilla: preguntarle si seguía molesto y ya. El mejor camino siempre es el del vago, así como el del que no tiene tiempo que perder.

— ¿Sí?

— ¿Sigues molesto conmigo?

   Él abrió los ojos, sorprendido. Tardó en responder, pero, cuando lo hizo, sonreía con ternura.

— Vera, si no fuera por ti, jamás me hubiera despertado en la madrugada para ver un hada sobre tu cama. Tampoco habría volado o sido atacado por un grupo de niños vestidos con plantas —sonrió—. Mucho menos te hubieses dado cuenta de lo maravilloso que soy. Ha sido genial.

   Yo sonreí. A su manera, él también demostraba algo de afecto, lo que era mucho al tratarse de Alex.

— Eso quiere decir que...

— Ni siquiera recuerdo por qué debería estar molesto.

— Y yo no te lo voy a recordar.

   En un arranque de ternura que hasta a mí me sorprendió, lo abracé. Quise llorar, pero no era por él, no del todo, sino por lo que significaba su presencia en esto. Alex era lo único que me mantenía atada a mi vida en el mundo real, lo que me hacía tener los pies en la tierra y no en una cubierta de alta mar.

   James tosió, repiqueteando en el suelo, apresurado. Ni siquiera nos miró directamente cuando dijo:

— Chicos, es hora de irnos. Si tardamos un poco más, vamos a tener que aprender a nadar con bestias de mar. No, de cualquier modo, vamos a tener que aprender a nadar con bestias de mar. Estar aquí es muy peligroso, estaremos más tranquilos en la playa.

— Y yo sé muy bien quién nos podría ayudar —dijo Zorrillo, secando las lágrimas de su rostro como si nunca hubiese llorado.

— ¿Garfio? —pregunté—. Él no está muy disponible que digamos.

— Él no, pero sí su inseparable secuaz.

— Sí, ¡Smee! —exclamó James—. Cómo no pude haberlo pensado antes. Él y Garfio siempre están escapando. La cosa es que... no sé en dónde está.

   Alex suspiró.

— De verdad, yo no sé qué harían sin mí —dijo, entrecerrando los ojos al acariciarse la mejilla con aires de ensueño—. ¿O acaso ninguno se ha preguntado todavía dónde rayos están Michael y Mofeta?

   Zorrillo bufó.

— Pues más te vale que no estén muertos, he llorado tanto que ya tengo sed.

Peter Pan, el chico en mi ventanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora