2. Igual por aquí

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Mis ojos se abrieron lentamente.

Veía borroso... muy borroso. Pero, lo peor era que sentía como si tuvieran telarañas. Muy raro. Tal vez porque me quedé toda la mañana leyendo con Peter.

Gracias al cielo estaba de vacaciones. Mi madre me hubiera matado de saber que me dormí a las cinco de la mañana.

¡Momento! Me había quedado dormida leyendo con Peter... ¡Peter!

Oh Dios. ¿Se fue después de todo eso? Si mi madre encontraba a un chico en mi habitación, fuera este de cuentos o no, me castigaba. Me quitaría mis libros y mi televisor... ¡Y no, claro que yo no quería eso!

Me levanté de la cama y busqué por toda la habitación: Peter no estaba. Lo cual me dejaba dos opciones.

Uno: Mi madre lo vio, quizás se fue. Quizás lo estuviese torturando hablando de como soy la cruz de su existencia.

Dos: Se fue. Lo más probable.

Así que la sensación de temor se había ido consigo. Y algo peor vino: una sensación cuyo nombre desconocía. Era extraña. Tenía ganas de llorar. Ganas de dormir y nunca levantarme. Y si algo en mi me decía qué era, lo ignoraba.

Pero era imposible ignorar que estaba así, ya que sabía que Peter se había ido.

La noche fue fantástica.

Peter oía mis palabras. De a momentos sentía que lo estaba fastidiando, así que me detenía. Pero él me hacia continuar; su interés era sincero. Además, me dijo muchas veces que leía muy bien, que los Niños Perdidos querrían poder oírme. Todo eso y más, mucho más. Él hacía que yo me ilusionara cada vez con más fuerza.

Pero, por lo que sé, no lo vería nunca después de todo eso.

No contuve mis ganas de llorar, no pude. Necesitaba abrazar a alguien. Mi madre estaría dormida u ocupada. Mi padre trabajaba en el exterior. Mi hermano dormía. Mi abuela, mi tía... Todos dormían. Estaba sola.

Nadie me creería que lo vi. Mi madre diría "Vera, ¿te estás drogando?". Mi hermano reiría hasta desmayarse. Nadie me creería. Quizás mi abuela, pero... sí quería decirlo, pero también tenerlo como mi secreto. En general, quería que Peter solo fuese mío. Mío. Mío. Sólo mío. De mi propiedad. De nadie más. Pero... ¿acaso volvería?

Él debía saber que lo necesitaba... Que volviera. Que era genial.

Cerré mis ojos. Gruñí. Suspiré.

—Peter, tienes que volver... ¡Me haces falta para que las cosas sean divertidas! —rogué al cielo que el chico oyera.

Él debía oír...

Tanto como una ola de viento azotó contra mí.

Y doy mi palabra que oí su voz... Su voz, con la frase "Igual por aquí, Vera" sacándome de mis cabales. Me estremecí al oírlo. No fue por el frío, lo sé. Fue por su voz.

Una gran sonrisa llegó a mi rostro. Así que me lancé a mi cama y di vueltas en ella. Simplemente era un sueño hecho realidad. Era lo más maravilloso y mágico de la vida.

Ahogué un grito en la almohada y me repetí a mí misma "Igual por aquí, Vera".

Me dije eso en susurros muchas veces. Demasiadas, para qué mentir. Era la aventura de mi vida. Y con Peter Pan. Vaya. Tan sólo: ¡vaya!

Bajé a desayunar.

Hoy vería televisión; televisión todo el día. Anhelaba que se hiciera de noche. ¿Me llevaría a Nunca Jamás? ¡Sería maravilloso! ¡Conocería a los niños perdidos! ¡Y a Garfio! ¡Y a Campanita! ¡A Campanita!

Me hice mi desayuno, uno simple, claro. Un sándwich de jamón y queso, con un jugo de naranja natural. Podría estar comiendo, pero mi mente estaba en lo que posiblemente estaría haciendo Peter. Ayudando a los niños perdidos, o peleando con Garfio... ¿Les habría dicho de mí? ¿Qué pudo ser eso? ¿Le parecería bonita? ¿Di una buena impresión?

Y allí, en medio de mis absurdos pensamientos... "¿Se habrá enamorado de mí?"

Dejé caer mi cabeza hacia atrás, mirando fijamente las baldosas del techo.

Vi una pequeña manchita en ellas. Y pude ver, de repente, el rostro de Peter guiñándome un ojo. Pestañeé y desapareció. Como si no hubiera pasado...

Y qué tal si... ¿Qué tal si todo lo demá tampoco pasó? ¿Si lo soñé? ¿Si mi mente jugaba conmigo?

En verdad que dudaba. Me dolía dudar de Peter, pero uno no controla sus pensamientos. No podemos hacerlo. Esos malvados vienen y van. Van y vienen...

¿Como Peter?

Si no puedo con mis pensamientos... tampoco creo poder con el ritmo aventurero de Peter. Es un niño, se aburriría, se iría. Me dejaría, aquí, ¡de vuelta a nada de magia!

—Vera, cálmate —murmuré, con las manos en mi rostro, toda dramática—. Deja de pensar.

Y lo intenté. Intenté hacerme caso a mí misma.

Pero los pensamientos venían a mi mente como una lluvia de estrellas fugaces. Era demasiado. Sacudí mi cabeza y me levanté.

—¡Ya basta! —proclamé.

Y bam.

Volteé.

—¿Qué sucede, hija?

Era mi madre, quien me miraba raro. Casi diciendo "ya se le fue el último tornillo".

—Nada. Sólo que las moscas creen que soy basura. Rondan y rondan alrededor de mí.

—Oh, bueno...

—¿Vamos a ir a algún lugar hoy? —Le seguí en su camino a la nevera, esperanzada de que dijera "NO".

—Sí, creo.

Maldije por lo bajo. Ella me miró seria. Como con dagas y fuego y no, no, señor, no repetí nada.

—¿Qué?

—Nada, ¡nada! Ah... la tos —Al instante fingí toser, toda afectada y defectuosa—. Es que me siento muy mal...

—Pues vamos a ir a la heladería, y luego al cine. ¿Tú no vas?

—¡Claro que sí! No es grave, para nada. —¿O qué? Soy una persona, tengo debilidades.

Y mucha culpabilidad. Me sentí obligada a retractarme y todo, sin embargo, mi madre se sentó en la mesa con su taza de cereal y continuó, atacando fuerte:

—Entonces ve a arreglarte, nos vamos en media hora.

—Suena bien para mí.

Lo sé. Tenía que empezar a decidirme.

Peter Pan, el chico en mi ventanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora