La vida era maravillosa. Los pajarillos cantaban, el sol acariciaba mi rostro, la felicidad calentaba mi pecho. No recuerdo cualquier otra vez en la que hubiera sido tan feliz, hubiera estado tan alegre. Sabía cuál era la causa, quién era en realidad.
Subí los últimos escalones del edificio de América. Fui un poco más despacio al pasar por delante de la puerta de la cotilla peliazul. No sabía cómo lo hacía, pero cada vez que iba a ver a América, Liz lo sabía. Era como si estuviera viendo por la mirilla de su casa para comprobar si quedaba con ella para después echármelo en cara y avergonzarme por ello.
A cada segundo, tenía en la boca esa cancioncilla, ese mote que había puesto a nuestra relación: Ameley. Sonreí al pasar por delante de su puerta sabiendo que, de una forma u otra, sabría que había estado aquí. A fin de cuentas, vivían puerta contra puerta, era imposible que, como mínimo, no me escuchara. Para colmo, las paredes eran de papel, así que poco se podía hacer por ocultarnos.
Tampoco es como si tuviera mucha intención de hacerlo. En más de una ocasión América y yo habíamos escuchado a Liz y al pelinegro en su apartamento. Y, digamos, que lo que se escuchaba era mucho más... intenso.
Toqué a su puerta escondiendo una de mis manos ocupadas. Después de varios días, América me había dado vía libre para ir a su casa. Después de lo que pasó en el parque, había estado llena de exámenes finales las últimas dos semanas y, aunque seguía teniéndolos, la había convencido para, por lo menos, estar con ella mientras estudiaba. Se acabaron los mensajes de texto o las llamadas a las doce de la noche para saber sobre su día. Ahora iba a tenerla en carne y hueso y, con suerte, conseguiría distraerla lo suficiente como para ganarme un par de besos y mimos.
La había echado de menos.
Se tomó su tiempo en abrir pero, cuando lo hizo, me recibió con la sonrisa más hermosa y los ojos más brillantes que había visto nunca. Se me secó la boca y estuve a punto de quedarme como un idiota mirándola. Sus helados ojos me observaron con una calidez que me derritió y, de no ser porque ella se acercó, me habría quedado allí parado, simplemente admirando lo perfecta que se veía.
Amé profundamente que ella tomara la iniciativa. Se elevó sobre sus puntillas hasta alcanzar mis labios. Comenzó con un tierno roce, como dándome la bienvenida, probándome. Un suspiro escapó de mis labios. Me sentí aquel adolescente primerizo cuando tardé unos segundos en reaccionar.
Mi corazón latió desesperado. Me volvió todavía más loco cuando, finalmente, sus labios se posaron sobre los míos. Cerré los ojos en el momento en el que retuvo entre sus dientes mi labios inferior y eso terminó por desarmarme. Gruñí sobre sus labios dejando la inmovilidad a un lado, por fin tomé el control de mi cuerpo y de aquel beso que me dejaba anhelando más. Mi mano libre sostuvo su cuello para acercarla a mí, para sentirla y probarla igual que lo estaba haciendo ella. Tantos días separados al fin fueron saciados.
Un jadeo escapó de su boca más no se detuvo. Sonreí contra su boca al pillarle desprevenida lo que me permitió sumergirme en su boca y hacerla sentir igual de aturdida que yo cuando ella se acercó. Me siguió el ritmo sin ningún atisbo de duda, sentí el ansia en cada beso. La adrenalina se propagó por cada terminación nerviosa de mi cuerpo. Unos escalofríos entumecieron mis músculos cuando sentí sus dedos acariciar mi cuello y su otra mano sostener mi mejilla, como si eso le permitiera sentirme con más intensidad.
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Por lo menos, no estoy muerto (I.P.#1)
Teen FictionBradley Pettersson había pasado por situaciones devastadoras para llegar a ser quien es. El abandono de sus propios padres podría ser una de las primeras razones de su cambio de actitud. Si a eso le sumas una pasión por las apuestas, una tendencia i...