S E I S

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La tentación era evidente. Mis manos morían por entrar a mis dientes y hacer el amago de morder mis uñas porque realmente no sería capaz de arrancármela cuajo. Quería terminar con el nerviosismo que me carcomía mientras mi culo estaba siendo aplastado en la silla de cuero negro. Llevaba sentado en esta mesa casi más de dos horas y la necesidad de irme estaba latente en todas las jugadas que realizaba.

Con las cartas en mano, la emoción recorrió la sangre en mis venas enviando adrenalina por todo mi organismo, volviendo de nuevo al corazón hasta su siguiente latido y, por consecuente, al siguiente chute de inquietud. Tenía todo lo que se me hacía necesario para ganar la mano, sabía que ganaría. No solo porque tendría una escalera real si el crupier sacaba lo que me hacía falta, sino porque los rostros de desconcierto que tenían los concursantes de la mesa me brindaba la confianza que en ningún momento se había marchado pero que me provocaba una mejor sensación en el cuerpo.

— ¿Tiene algo, caballero? —interrogó el trabajador del antro al que me habían traído para jugar. Aguardé unos segundos creando expectación entre los amargados de la mesa que me veían entre molestos y cansados de mi actitud. No era de extrañar, llevaba siendo igual de pesado desde hacía una hora (el tiempo que tenía desde que habíamos creado la mesa) y, de momento, iba en racha.

Esta partida no iba a ser diferente, de todas formas.

Las comisuras de mi boca se crisparon y mi fanatismo por parecerme a esos mafiosos que salen por la televisión terminaron conmigo. Lancé las cartas sobre la mesa gozando de los aullidos de exclamación frustrada y de la perplejidad de los demás oponentes.

— ¡Escalera real, señores! —Me regocijé en mi propio triunfo. Los disgustos me daban de comer por todas las horas que tenía aquí. Era mi primer momento de respiro desde que pisé un maldito pie en el suelo de este manicomio—. Dame esas fichitas. —Le reclamé al crupier sonriendo de oreja a oreja. La alegría me embriagó de arriba a abajo y recorrió todas mis extremidades hasta terminar agarrando el montón de dinero que venía hasta mí en forma de redondas y coloridas fichas.

«Con esto comerían por todo un mes los del orfanato. Podrán hasta pagar las factura y si conseguía un poco más de dinero, la comisión que me llevaría sería mucho más alta» —pensé.

El rostro de América pasó por mi mente por un instante, mi cuerpo se quedó paralizado por una brevedad de tiempo pero fue lo suficiente como para que mi sonrisa se esfumara y mi consciencia comenzará a trabajar. ¿Por qué cojones pensaba en ella ahora? Ni siquiera la conocía tanto como para saber hasta el más mínimo detalle de su rostro y la forma en la que su cabello mostraba esos reflejos pelirrojos a la luz del sol.

Una sensación de malestar se asentó en la parte baja de mi estómago amenazándome con no terminar la noche como hubiera deseado. La bolsa con las fichas en su interior hizo un sonido al estar chocando unas con otras y fue lo único que consiguió que sacudiera la cabeza y volviera al presente donde la bolsa volvía a mis manos al igual que mi sonrisa vacilante.

Por lo menos, no estoy muerto (I.P.#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora