Sus labios temblorosos se fruncieron al verme. Su jersey gris estaba hecho girones y sus manos retorcían las mangas. Un líquido espeso subió por mi esófago deteniéndose en la boca de mi garganta al contemplar los gotarrones que se aproximaban en sus pupilas hasta que finalmente caían mojando sus mejillas, ya de por sí empapadas. Un tono rojizo cubría sus pómulos y una respiración agitada mantenía su boca entreabierta.
Me mantuve rígido en mi posición. América se encontraba delante de mí, quieta, y la preocupación subía por mis venas hasta llegar al corazón. Ninguno de los dos actuaba. Esperaba el momento para que se calmara y pudiera decirme lo que le sucedía, si es que se atrevía a hacerlo. Albergaba la esperanza de que tuviera una recóndita confianza en mí. Era mucho pedir pero mi pecho se colmó por la ilusión acelerando mis latidos hasta que creí entrar en parada.
Con brusquedad, mis pies dieron un paso atrás. Tenía sus brazos rodeándome el cuello y aferrándose a mí, escondió su cabeza en el hueco entre mi cuello y hombro. Las lágrimas humedecían mi camiseta más no me importó. Se me puso el corazón en la garganta dificultando mi respiración, extasiado. Tardé en responder, los minutos se convirtieron en efímeros segundos hasta que, con la tranquilidad de una tortuga, mis brazos recorrieron un camino para volver a unirse sosteniendo su cintura en el camino. La acerqué a mí sintiendo sus latidos acelerados —aunque no supe si se trataban más de los míos que de los suyos— y su abultado pecho apretándose contra el mío.
Mi barbilla encontró un sostén en su hombro donde permanecí todo el tiempo que ella necesitó para normalizar su respiración. Los minutos pasaron, el tiempo carecía de importancia mientras ella estaba entre mis brazos y las dudas invadían mi mente. Me olvidé del considerable dato de que Liz vendría en cualquier momento más la necesidad de que América se calmara pudo conmigo.
— Lo siento —pronunció con la voz ronca y tan baja que tuve suerte de escucharla.
Se removió en mi pecho buscando escaparse de mi agarre. Mis brazos se descruzaron permitiéndole la libertad. No desplacé los ojos de su rostro ni cuando pasó su mano por la nariz retirando el moqueo como una tierna niña pequeña. Sorbió y buscó ahuecar su cabello destartalado por la carrera que seguramente se había dado pues sus mejillas estaban ardiendo cuando llegó.
— No es nada —respondí, saliendo de mi embelesamiento. La congoja le hacía respirar con dificultad—. ¿Estás mejor?
Endurecí mi mandíbula. Era una pregunta estúpida, como todo lo que decía. Pero mi mente estaba en blanco tratando de encontrar la pregunta que encajara con su estado de ánimo. Sus ojos se alzaron hasta chocarse con los míos. El océano de sus iris brillaba en plena noche aproximándose al tono de sus pupilas y de ellos salían gotas de agua como una imagen pintada a mano con profundidad. La promesa de una confesión subió por sus comisuras elevándolas con ternura hasta formar una sonrisa.
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Por lo menos, no estoy muerto (I.P.#1)
Genç KurguBradley Pettersson había pasado por situaciones devastadoras para llegar a ser quien es. El abandono de sus propios padres podría ser una de las primeras razones de su cambio de actitud. Si a eso le sumas una pasión por las apuestas, una tendencia i...