T R E I N T A

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"Tengo que hacer unas cosas, espero no tardar demasiado

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"Tengo que hacer unas cosas, espero no tardar demasiado. ¡No empieces sin mí! Te quiero."

Leí el mensaje. Una sonrisa surcó mis labios al ver esas dos últimas palabras acelerando el latido de mi corazón y estremeciéndome hasta la médula Incluso en la distancia, Bradley provocaba sensaciones en mi cuerpo que me resultaban inconcebibles.

Terminé de preparar nuestra sesión de juegos. Después de terminar los exámenes, al fin, me sentía eufórica por hacer cosas, de llenar mi tiempo de todo lo que se me pasara por la cabeza. No encontraba mejor forma de hacerlo que con mi rubio de ojos pardos.

Tras poco insistir (unos cuantos besos por aquí, unos cuantos mimos y caricias por allá), Bradley había aceptado enseñarme a jugar a alguno de los juegos que su compañero de piso, Zev, compraba. No era muy buena jugando, debía admitirlo, pero la idea de estar entre los brazos de Bradley y que me enseñara a jugar mientras me recostaba sobre su cuerpo se me antojaba la forma más perfecta de aprender.

Dejé un bol de palomitas encima de la mesa junto con dos vasos vacíos. Me encaminé hasta la cocina para coger algún refresco, cervezas y una botella de agua. No sabía qué le apetecería y me encontré a mí misma tratando de adivinar qué escogería, como si fuera una prueba para saber si realmente le conocía.

Volví de nuevo al pequeño salón de mi apartamento. La luz escaseaba, la puesta de sol ya se percibía en el horizonte y bañaba las paredes de mi sala con un tono dorado que irradiaba tranquilidad. Este lugar al que llamaba hogar podría estar destrozado, magullado en lugares que no quería ni ver, pero, cuando esta hora del día llegaba, en mi mente se evocaba el recuerdo de tardes de primavera y paseos en el prado con mi padre sosteniendo mi mano y contándome historias cada cual más rocambolesca.

Mi corazón se estrujó en un puño al notar esa nostalgia expandiéndose por mi pecho. Inspiré. Lo echaba de menos. Muchísimo. Mis ojos lagrimearon. Aquella fue mi señal para parpadear un par de veces, alejar las lágrimas y pensar en otra cosa. Llorar no me lo traería de vuelta y, aunque recordarlo por fin me hacía más alegre de lo que me entristecía, era imposible no sentirme apenada por su ausencia.

Como si hubiera sabido cómo me encontraba, el timbre de la puerta sonó. Me extrañó que sonara pues Bradley siempre solía aporrear la puerta como un desalmado. Pese a ello, no pude contener la sonrisa que brotó de mis labios. Pensé que tardaría más. Hacía apenas unos veinte minutos que me había enviado el mensaje.

Aún así, corrí como una niña pequeña. Ansiaba probar sus labios y deleitarme con la sonrisa que sus labios formaban cuando venía. Sus ojos se iluminaban como si el sol estuviera floreciendo en su mirada. Aquel chico era mi perdición.

Era mi luz dorada a las ocho de la tarde.

Abrí la puerta con una sonrisa en el rostro, deseando ponerme de puntillas para alcanzar los labios del chico que hacía mi corazón latir desesperado. Mi decepción fue clara cuando mis latidos se aceleraron pero aquella persona era alguien totalmente opuesta a la que esperaba. El flujo de sangre se drenó de mis venas y sentí un frío expandirse por mi cuerpo. El aire se quedó retenido en mis pulmones mientras mis dedos se aferraban a la puerta, preparada para cerrararla en cualquier momento.

Por lo menos, no estoy muerto (I.P.#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora