Capítulo 29 | Perdiendo la cordura
—Venga, bombón —me quejé moviendo su hombro desde mi sitio en el sofá—. Llevas toda la mañana estudiando, solo has parado para comer y son las nueve de la noche ya.
América volteó a verme desde el suelo, con una sonrisa deslumbrante que disimulaba sus ojos derrotados y empequeñecidos por el estudio. Aún así, mi corazón latió rápido en mi pecho porque su mera presencia lograba desequilibrar mi mundo.
—Si he venido hasta tu apartamento es porque me habías dicho que no me ibas a molestar —recordó con su bolígrafo en mano apuntando en mi dirección, advirtíendome.
Bufé una risa desviando la mirada y fingiendo inocencia. Una inocencia que no tenía y no conseguiría nunca estando con ella. Era simplemente tan hermosa y perfecta que era incapaz de imaginarme cosas puras y sanas porque, simplemente, mi vida era una maldita locura desde que ella se había metido bajo mi piel y había invadido mi apartamento de un tierno aroma a café.
Había accedido a que viniera a mi casa para poder pasar el día juntos con la única condición de que, aquella vez, no habría intentos de convencerla de hacer otra cosa. Tenía que estudiar pues su último examen era aquella semana y, con palabras textuales de ella: "no puedo tirarlo todo por la borda ahora. Me falta el último empujón". Habría aceptado cualquier cosa que ella me ofreciera y tenerla en casa ya era suficiente para que mi cuerpo inquieto y necesitado de ella estuviese contento.
—No te prometo nada. —Aplané mis labios.
América arqueó una ceja, sus ojos azules como dos témpanos de hielo me recriminaron con la mirada. De no ser porque amaba que ella por fin me mirara por más de cinco minutos desde que había llegado, me habría encogido de miedo en mi sitio. Sus ojos hicieron florecer en mi pecho un enorme sentimiento de ternura y cariño. Ella era un osito amoroso tratando de comportarse como el escalofriante Hannibal Lecter.
—Pero sí lo prometiste, Bradley. He venido solo porque dijiste que no intentarías nada.
Me llevé una mano al pecho haciéndome el ofendido—. Vaya, gracias. Yo pensaba que habías venido porque me echabas de menos y preferías pasar tiempo conmigo. —Escuché su risa en la distancia y me la imaginé negando con la cabeza como si fuera un caso perdido—. Rechazado por unos apuntes, esto es un nuevo récord —me cachondeé todavía más.
Recibí un golpe en el hombro de su parte. Quería aparentar molestia, pero la sonrisa que temblaba en sus labios delataba sus verdaderos sentimientos.
—¡No me hagas sentir culpable! —exclamó fuera de sí. Era tan tierna que, aunque estuviera enfadada de verdad, no sería capaz de mantenerlo por más de dos segundos. Amaba eso de ella porque después de enfadarla podía picarla hasta que su sonrisa saliera a flote de nuevo y el enfado se evaporara por completo. Sin embargo, ahora su mirada se tornó un poco más cariñosa y seria todavía manteniendo esa hermosa sonrisa que me aceleraba el pulso—. Pero es enserio, necesito estudiar —susurró.
La miré a los ojos, debatiéndome entre si podía ejercer más presión o ya había llegado a mi límite. Sus ojos me miraron con urgencia notando lo que trataba de hacer y queriendo transmitirme que aquello era el fin de nuestra pequeña lucha. Suspiré y asentí.
—De acuerdo —me resigné. Ella amplió la curva de sus labios mostrando su resplandeciente dentadura. Solo con eso, supe que merecería la pena quedarme en segundo plano. Pero eso no quitaba que iba a estar lejos de ella ahora que estaba conmigo en casa—. ¿Qué estás estudiando ahora? —pregunté reclinándome sobre mí mismo para ver todos los apuntes que el bombón tenía esparcido por la mesa enana de mi salón.
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Por lo menos, no estoy muerto (I.P.#1)
Genç KurguBradley Pettersson había pasado por situaciones devastadoras para llegar a ser quien es. El abandono de sus propios padres podría ser una de las primeras razones de su cambio de actitud. Si a eso le sumas una pasión por las apuestas, una tendencia i...