La idea parecía buena cuando salí de casa, tomé las llaves de mi coche y vine al instituto donde estudiaba Elizabeth. Ahora, me sudaban las manos, salivaba más de la cuenta y mis pies estaban haciendo un baile que no sabía encajar en ningún género. Cruzaba las piernas, las abría, dejaba el peso en una, luego cambiaba y al siguiente segundo repetía el proceso otra vez. Aún así, seguí apoyado sobre la puerta del copiloto de mi coche destartalado mirando a la puerta donde miles de estudiantes salían. Una sonrisa se dibujaba en sus bocas tras haber terminado la jornada.
Entraba en pánico cada vez que pensaba en la razón por la que había venido. La excusa de que venía a por Liz para darle una sorpresa era insípida ahora que la pensaba con más detenimiento. Si bien podría haberme servido, no quería sacar a la luz la verdad. Me iba a hacer parecer como un acosador y, por Dios, que necesitaba que eso fuera lo último en lo ella que pensara.
Ella.
Me mordí el labio inferior y llevé mis manos para pellizcar el puente de mi nariz. Esa castaña me traía loco; más incluso que la pocilga que Zev tenía por apartamento o que el barbudo que tenía como jefe. Era una locura tan extravagante que me hacía sentir fascinado y que quería seguir descubriendo hasta saber cómo solucionarlo.
Porque no era nada agradable estar pensando en quién era la persona que la llamaba y que la hacía llorar un charco bajo sus pies. Tampoco me gustaba que su rostro se reproduciera en mi mente y que tratara de descifrar cada fracción de sus expresiones. No me sentía cómodo cuando la facción que más analizaba era la misma que adoptaba cuando cogía el teléfono y descolgaba.
La mirada de Liz vino a mi mente de un momento a otro, la mirada incomprendida que me tiraría si me veía aquí. No solía venir muchas veces a recogerla y, cuando lo hacía, la llevaba al orfanato. Hoy no era uno de esos días. No tardaríamos mucho en volver allí pero, hasta ahora, solo esperaba que no dijera nada sobre devolverla a casa y que América viniera con nosotros.
«De acuerdo, era una mala idea. Una muy mala idea» —pensé retrocediendo sobre mí mismo y comenzando a sacar las llaves del coche. Si es que se le podía llamar así. La pintura estaba comenzando a caerse a pedazos —literalmente, pues estaba comenzando a ver aluminio donde antes había un tono dorado— y la llave no conseguía girar bien en la cerradura a no ser que la forzara un poco.
Por este tipo de cosas tenía que tomar un poco de dinero prestado del barbudo. Con suerte conseguía mantenerme a mí mismo y tres cuartas partes de lo que conseguía iba para el orfanato. El azar se divirtió a mi costa cuando no conseguí abrir la puerta del piloto y una voz contó los segundos que me faltaban para morir.
— ¿Bradley? —interrogó tratando de adivinar si era yo o su cerebro le jugaba una mala pasada.
Se me paralizaron todos y cada uno de los movimientos hechos y por hacer. Las llaves, por más que trataba de mantener la calma, se golpearon unas con otras y tintinearon. Tragué saliva decidiendo al siguiente segundo que no me serviría de nada escapar si la peliazul ya me había visto. Me había pillado. Como cuando hacía una trastada a los cinco años y mi madre venía corriendo a mi socorro.
ESTÁS LEYENDO
Por lo menos, no estoy muerto (I.P.#1)
Teen FictionBradley Pettersson había pasado por situaciones devastadoras para llegar a ser quien es. El abandono de sus propios padres podría ser una de las primeras razones de su cambio de actitud. Si a eso le sumas una pasión por las apuestas, una tendencia i...