C A T O R C E

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Estaba comprobado, quizás no científicamente pero era probabilidad pura y dura. Nos tenían que interrumpir, una fuerza sobrenatural nos empujaba a un precipicio en el que, cada vez que intentábamos aproximarnos, la tierra se abría y nos tragaba sin posibilidad de resurgimiento. Keane estaba ahí, miraba a América con tanta frivolidad que ni el mismo asesino tendría al matar a su víctima.

Nos observaba a ambos, tardó más de cinco minutos (los que a mí me parecieron) para que él desplazara la inspección que tenía sobre mí cargada de repugnancia para dirigirse a la chica que tenía en frente. Intentaba ocultarlo, sin embargo, era difícil esconder el miedo mientras sujetaba las mangas de su sudadera y las retorcía entre sus delgado dedos con el fin de aliviar sus nervios y terror. Me estaba alterando hasta yo que la veía con esos ojos aterrorizados a la espera de que el pelinegro que la examinaba le diera una respuesta.

—¿Qué haces por aquí? —preguntó América tomando la iniciativa. Su voz estaba desprovista de la calma que procuraba contener. No tenía un tono constante, los altibajos que su garganta le inducía se notaban por cada parte de su cuerpo. Aguantaba la respiración, desviaba la mirada siempre que podía y me miraba esperando que no estuviera haciendo algo que detonara la bomba.

La impotencia invadió mis pulmones que comenzaron a necesitar aire con más frecuencia y mis manos que, de un momento a otro, se armaron del frío de un témpano y la rigidez de un tronco. Pretendía estar quieto, por ella, pero el asco que llenaba los ojos de Keane me hacía estar igual que un francotirador apuntando a su víctima. América lucía tan desorientada que comenzaba a hiperventilarse y me enfurecía tener que estar viendo el espectáculo. Transcurría a cámara lenta pero cargaba fuertemente con la poca paciencia que últimamente me quedaba.

Se rió con sorna. Su barbilla se dirigió hacia mí señalándome por una razón que no supe encuadrar.

—¿Y tú? —le devolvió la pregunta—.Me habías dicho que ibas a estudiar toda la tarde y en lugar de eso estás con un tío que no has visto en tu vida —la reprendió.

Cogí impulso dando un paso adelante. Mis manos se cerraron en dos puños tan fuertes como una enorme piedra, sentía la sangre detenerse y no recorrer mis dedos. La ira se expandió a pasos agigantados por mis venas llegando a cada parte de mi cuerpo con una rapidez de escándalo.

Estuve a dos segundo de lanzarme sobre él de no ser por haber echado un vistazo a la castaña antes de todo. Los ojos de América, urgentes, me obligaron a detenerme más rápido de lo que yo mismo me atreví a percibir. Fue un acto reflejo en los que, en un segundo, su mirada logró pararme como un perro obediente. Una oleada de desagrado llegó a mí al darme cuenta, no obstante, no me moví cuando ella contestó con sus ojos destilando miedo y dolor.

—Había terminado y no sabía si al final ibas a ir con ellos. —Volvió a voltearse para mirar al gilipollas de turno.

Era un mísero espectador forzado a ver una película en la que sentía la necesidad de participar pero que era retenido en su butaca. Debía quedarme aquí, parado en medio del local con la interacción de un imbécil que la miraba como si hubiera hecho algo horrible y la de una chica asustada que creía que lo había hecho mal. ¿Dónde encajaba yo en todo este cuadro? ¿Cómo cojones podía entrar cuando todo parecía excluirme?

Por lo menos, no estoy muerto (I.P.#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora