Retiré el pelo de mi frente arañándome sin siquiera notarlo. Un chillido fue lanzado al aire, retumbando pared tras pared y desapareciendo por la puerta antes de que el portazo retumbara por todo el apartamento. Me obligué a mí misma a dejar la bronca atrás, no valía la pena, nunca lo hacía. Tenía por cometido agradar todas las decisiones de mi madre. Todavía no tenía ni idea de porque. Solo me sentía muy mal cuando sus ojos oscuros me evitaban con la intención de que no viera el dolor que llegaba hasta su alma.
Era la viva imagen de mi padre. Que cada vez que fuera a su casa le recordara a él no le hacía ningún bien. Todavía estaba la herida abierta, tanto que por poco supura. No había querido ponerse los puntos de sutura. Vivía en un masoquismo constante recordando a mi padre, mirándome a mí siendo su viviente representación y viniendo a su cabeza la razón por la que él no seguía con nosotros. Por eso ella prefería centrarse en mi vida, en cómo me iba mientras hacía otra cosa que no venía a cuento. Me preguntaba por Keane, por la supuesta relación que seguíamos manteniendo. Era el único tema de conversación que escapaba de su boca. El primero que llegaba a su mente.
Y yo le contaba que estábamos viviendo un sueño, que en ningún momento se ha sobrepasado con las drogas —porque ni siquiera las ha probado—, que no ha tratado de tomar más de mí de lo que yo le he permitido. Que ha sido paciente en todo momento, con todas mis decisiones y que en ningún momento me he sentido decepcionada, abatida o traicionada por él y por sus acciones. Que no estaba comenzando a tener ciertos sentimientos por otra persona. Lo normal. Todo lo que se le decía a una madre que había perdido a su marido y trataba con todas sus fuerza de que su hija no sufriera por ella. Lo mismo me ocurría a mí al pensar en ella y su bienestar.
Eso no evitaba que doliera menos. No esquivaba la impotencia que oprimía mi pecho y me arañaba la piel.
No vi venir mis siguientes acciones. Las manos volaron hasta mi móvil como si tuvieran vida propia, las lágrimas acariciaban el borde de mis ojos y, tras el empujón de mis párpados, caían a un precipicio oscuro y vacío. Marqué los números sin ser realmente consciente de lo que estaba haciendo. Mi mente se dispersó y volvió poco tiempo después a tener los pies en la tierra, como si estuviera en la realidad y al siguiente segundo me hubieran sedado. Visualicé el mundo sin de verdad hacerlo, tecleé el número de Bradley sin saber por qué demonios lo hacía.
Hasta que su voz resonó en mi cabeza, la suavidad en su interrogación acariciándome el rostro. Caí en la realidad con el golpe en el trasero más fuerte hasta la fecha. Cerré los ojos, mi cara se contrajo al reconocer la estupidez en la que mi cuerpo había actuado de manera involuntaria. Mis ojos veían —observaban cada movimiento que realizaba—, mi cuerpo actuaba con vida propia; pero mi cabeza no le ponía parada.
—¿Bombón? —murmuró. Pude notar como la confusión se hacía cargo de su tono—. ¿Qué hora es? —interrogó, de nuevo. Mi arrepentimiento se hizo mil veces más fuerte.
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Por lo menos, no estoy muerto (I.P.#1)
Novela JuvenilBradley Pettersson había pasado por situaciones devastadoras para llegar a ser quien es. El abandono de sus propios padres podría ser una de las primeras razones de su cambio de actitud. Si a eso le sumas una pasión por las apuestas, una tendencia i...