No tenía ni la más mínima idea de lo que me encontraría al llegar a su apartamento. El corazón latía desbocado en mi pecho. Juraría que se me saldría la garganta. Tuve que tragar saliva en más de una ocasión para disuadir la bola de fuego que arrastraba en mi garganta.
El mensaje de Elizabeth me asustó más de lo que yo misma quise reconocer. El hielo cubría de escarcha mis manos y temblaba, sacudiéndose y encogiéndose de miedo. A pesar del calor de aquella noche, mi cuerpo se congelaba por segundos.
Tenía miedo. Estaba atemorizada.
Keane estaba en el hospital. Bradley y yo nos habíamos dado un tiempo, tratando de entenderme y de entendernos. Y, por si fuera poco, Liz me llamó, aterrorizada, porque creía que le había pasado algo a Bradley.
¿Qué le había pasado?¿Qué ha sido tan importante como para que Liz no pueda ir a ver qué le pasa y no sea capaz de decirme por qué cree que algo anda mal? ¿Por qué demonios tenía que suceder todo el mismo maldito día?
Una pregunta tras otra, misiles bombardeando sin descanso, arrasando hasta el último centímetro de racionalidad que atesoraba. Cuando llegué a la puerta de su apartamento, las dudas todavía no habían encontrado su respuesta. Mi respiración se aceleró por el miedo y la expectación. ¿Debía tocar a la puerta o era mejor si utilizaba las llaves que Bradley me prestó?
Acerqué la oreja a la puerta, con delicadeza para no hacer mucho ruido. A lo mejor había salido o estaba durmiendo. Opté por utilizar las llaves pues no estaba segura de si podría estar dormido y no quería despertarlo. Liz me había llamado hacía media hora, no tenía ni idea de cómo había llegado en tan poco tiempo teniendo en cuenta que no tenía medio de transporte y me había pateado casi seis manzanas para llegar hasta aquí.
El abrigo pesaba quinientas toneladas sobre mis hombros. Puse la llave en la cerradura, preparándome para lo peor. No sé si me sorprendí o me lo esperaba, la casa estaba sumida en una escalofriante oscuridad, en un eterno silencio. Un escalofrío me recorrió de la cabeza hasta la punta de los pies.
Abrí completamente la puerta. Mi boca se abrió en sincronía cuando mi vista reparó en el demoledor paisaje que se destapó ante mí. Un desastre absoluto en cada pulgada de la sala. Vasos hechos añicos, platos rotos en mil pedazos, un corazón tan quebrado que parecía unirse a aquel dolor.
Ahogué un sollozo llevándome la mano a la boca. Frente a mí, bajo una tenue luz dorada, un cuerpecito encogido temblaba de angustia en una esquina. Las lágrimas empañaron mi visión, pero tuvieron suficiente tiempo como para atisbar un pedazo de cristal aferrado a una de sus manos, a unos dedos que sangraban ligeramente.
Sus piernas estaban dobladas, su pecho pegado a ellas. Tenía las manos sobre la cabeza, con una de ellas sosteniendo su cabello como si quisiera arrancarlo. Como si supiera que, puesto que no podía arrancarse el alma, podría sustituirlo por otra cosa.
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Por lo menos, no estoy muerto (I.P.#1)
Teen FictionBradley Pettersson había pasado por situaciones devastadoras para llegar a ser quien es. El abandono de sus propios padres podría ser una de las primeras razones de su cambio de actitud. Si a eso le sumas una pasión por las apuestas, una tendencia i...