T R E I N T A Y C I N C O

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Palmeé el lugar a mi lado, buscando el calor de la chica que conseguía despertarme con el corazón acelerado y la sonrisa en la cara. Hice una mueca cuando noté un leve estremecimiento con el movimiento y abrí un ojo cuando ese cuerpecito que tanto amaba, no lo encontré junto a mí.

Solo cuando la fresca brisa de la mañana, me despertó de mi estupor, me di cuenta de que en aquella habitación no había nadie. Me llevé una mano a la cabeza, rascando mis ojos adormilados en busca de esa personita que me salvó el otro día. Los recuerdos vinieron a mí mente, tropezando unos con otros. Apreté la mandíbula con la duda hechizando mis pensamientos en cuanto recordé cada pedacito de noche que pasamos juntos.

—¿Bombón? —exclamé desde la cama. Dejé que mis brazos cayeran sobre mi cuerpo enderezado y mis piernas flexionadas. El silencio acarició mis oídos con el más amargo de los encuentros.

Probé otra vez, pero la respuesta fue la misma. Pensé que estaría en la otra punta del apartamento, con la puerta cerrada, haciendo a saber qué. En el fondo, mi corazón latió acelerado anteponiendose a lo que mi mente sabía que sucedía.

Impulsé mi cuerpo con las manos para salir de la confortabilidad de la cama. De nuevo, ese pinchazo de incomodidad en mi mano, me aturdió. Me encontré en ella un corte superficial, la sangre seca se extendía a lo largo de mi brazo y el corte, a pesar de no ser profundo, era digno de una desinfección.

Lo haría después, me dije. Primero, desayunaría con América.

Volví a llamarla, consiguiendo —qué extraño— el mismo resultado. Mis pies me llevaron hasta el baño. Asomé la cabeza pero allí no estaban. Recorrí el pasillo hasta la habitación de Zev, creyendo por un momento que sus dudas e inseguridades le habrían llevado a pasar la noche allí por miedo a las consecuencias de la mañana siguiente. Si alguien sabia qué malditas consecuencias eran esas, nadie me lo dijo. Pasé por delante de la cocina, por el otro baño al lado del salón, volví a recorrer la casa de nuevo por si se me había escapado algún lugar. Como una broma cruel y despiadada, el olor de su perfume se filtró por cada milímetro de mi ser.

El corazón martilleó en mi pecho.

—No, no, no, no —susurré a nadie en particular.

Corrí a mi habitación mirando por todas partes en busca de mi móvil. No estaba allí. Mierda.

Lo encontré en la cocina pero, antes de poder cogerlo, una nota llamó mi atención. Una nota con nombre y apellidos, una nota con una caligrafía delicada que solo podía pertenecer a una persona. Aún en la distancia, incluso aquel trozo de papel olía a ella, a esa colonia suave y dulce que ella siempre se ponía.

El camino hacia esa nota fue como pasar por un corredor lleno de piedras ardientes, cada paso dolía más que el anterior, por cada paso crecía un nuevo miedo. No estaba preparado para afrontar aquello, no estaba preparado para afrontar lo del orfanato si ella no estaba a mi lado y no sería capaz de afrontar que ella quisiera romper conmigo.

Por lo menos, no estoy muerto (I.P.#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora