Cuando intentaba recordar la primera vez en la que no hubiera ido con la soga al cuello, me remonto a los tiempos donde era una niña, jugaba, reía, cantaba y hablaba con unas amigas que, una vez llegamos al instituto, ya no estuvieron conmigo. El tiempo jugaba en mi contra; tenía facturas que pagar(porque el instituto al que iba estaba demasiado lejos de mi casa y me salía más rentable comprarme un piso), trabajo que hacer y estudios que costear. No había un segundo de mi vida que estuviera libre. Incluso cuando me dormía, mis sueños solían reproducirse conmigo y miles de apuntes en la mesa o una factura en la mano.
No era de extrañar que la única persona con la que alguna vez hice amistad, fuera el chico que se sentaba a mi lado en clase. Keane era el que me veía por las mañanas recién levantada, iba conmigo a clase y quien mostró el primer interés en mí. No como un amigo, sino como una mujer y hombre que querían conocerse de un tipo diferente a la amistad. Lo encontraba halagador. Era una chica que estaba a punto de cumplir los quince y un chico ya se había fijado en ella.
Pero la vida era cruel, el mundo se convertía en inesperado de un momento a otro y mis días se comenzaron iban de mal en peor. Acabé por entrar en un tornado de depresión que me tragó tan adentro que por más que trataba, me arrojaba más al fondo.
Keane se metía de todo; se inyectaba, fumaba lo más fuerte que encontraba y se convirtió en un adicto; era de esperar. Pero lo quería, lo amaba y eso fue lo que me hizo quedarme. Seguí quedándome con él a pesar de haber demostrado ser la persona más desagradecida de mi endemoniada vida.
Pero era un amigo, mi mejor amigo.
Y había sido mi novio.
Por eso no me sorprendió ver su nombre en la pantalla de mi móvil. Lo que sí lo hizo, fue el mal sabor de boca que se me quedó al reconocerlo y el revoltijo de mi estómago cuando contesté. La fatiga, las náuseas y la sensación de vértigo me cubrió de punta a punta.
—¿Keane?
La línea se quedó en silencio, los nervios recorrieron mis venas y el corazón me latió más rápido. Buscaba siempre de encontrar la manera de no asustarme cuando me llamaba y no contestaba después. Se me era imposible lograrlo. Pensaba a cada minuto que se había pasado con las drogas y que me había llamado para decirle a alguien que llamara a la ambulancia.
—Necesito tu ayuda. —Fue lo primero que soltó.
Si con eso consideraba que iba a calmarme, la llevaba clara. Sudé frío pensando en lo peor. Su tono era lento y calmado. No me habría preocupado más de no ser por ese matiz frío y sin vida, con esa leve irregularidad que mantenía a la hora de respirar, agitado. Ahora, mi mente divagaba en los escenarios, en las razones por las que me llamaría.
—¿Con qué?
Pellizqué el interior de mi boca llegando a saborear el gusto metálico de la sangre. El estar en un suspense de película no mejoraba mis expectativas. Desplazaba mi mirada por la sala de estar, por la televisión del siglo pasado, por el sofá destartalado y fofo; centrarme en algo en específico se me complicaba. No podía verle, comprobar su rostro, mirar cómo se encontraba y tenía que hacer algo mientras la incertidumbre colapsaba en mí.
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Por lo menos, no estoy muerto (I.P.#1)
Teen FictionBradley Pettersson había pasado por situaciones devastadoras para llegar a ser quien es. El abandono de sus propios padres podría ser una de las primeras razones de su cambio de actitud. Si a eso le sumas una pasión por las apuestas, una tendencia i...