23. "Fotografías"

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Sábado por la tarde.

La punta del dedo de Connor se hundió en la pintura blanca, esperando que su dedo quedase impregnado de esta. Astrid estaba frente a él, con un hermoso vestido blanco y encantador rostro, sobre la toalla de playa, mientras el viento sacudía su cabello. Quería pintar su rostro con pequeños puntos de pintura, que atravesara el puente de su nariz hasta llegar al otro extremo, en su ceja.

Astrid admiraba el paisaje, inhalando profundamente el aire y disfrutando como la brisa sacudía su cabello. Hace bastante que no iba a una playa, por el simple hecho de no saber dónde hospedar cerca de ahí o porque no le gustaba ir sola a un lugar tan tranquilo y relajante.

La mano izquierda de Connor se posicionó en la mejilla de Astrid, haciendo que voltease a verlo. Ambos se sonrieron, pero la morocha desvió la mirada primero bajándola hasta su regazo. A Connor le encantaba cuando sus mejillas de tornaban rojizas y bajaba la mirada, se veía adorable. Tomó de su barbilla para que elevara la vista y besó su mejilla suavemente mirando su reacción.

Una sonrisa.

Una bella sonrisa.

Movió su dedo hasta su pómulo derecho, comenzando con pequeños puntos blancos que ascendían por su nariz hasta arriba de su ceja. Al terminar, besó el puente de nariz con timidez, separándose mordiendo levemente su labio. Astrid era preciosa, preciosa con ese delicado rostro y aquel cuerpo que poseía. Su personalidad le encantaba, a pesar de ser bastante dura consigo misma en algunos aspectos, de cualquier manera le encantaba Astrid.

Le gusta.

Le gustaba mucho, Astrid.

Astrid miró al hombre frente a ella y arrastró sus manos hasta su mandíbula, acariciándola tímidamente. Estaba tan agradecida de Connor, tan feliz de que la hubiese ayudado a cumplir sus objetivos que no sabía de qué manera podía agradecerle todo lo que hizo por ella. Si —probablemente— no se hubiese esforzado por entrar en Louvre, no estaría con Connor y solamente tendrían una relación profesional de profesor y estudiante, o juez y concursante. No creía en las coincidencias, jamás había creído en ellas y si estaban juntos ahora era porque el tiempo había decidido unirnos. Eran las vueltas de la vida, estaba segura, Olive le comentaba sobre ellas y los cambios que traían, y claro que estaba cambiando, mucho.

Se acercó a Connor besando sus labios y acercándolo más a ella. Se separó de él,  y levantándose de la toalla de playa fue directo a caminar hasta la orilla del mar. Sentía como la arena estaba cada vez más húmeda por cada paso que daba para llegar al mar. Ya podía sentir como el agua mojaba sus pies y parte de sus piernas. Giró mirando a Connor, el cual la miraba con una sonrisa mientras la fotografiaba un par de veces con su cámara.

Quería nadar, pero no quería mojar su vestido. Recordó que traía más ropa en el pequeño bolso, por lo que no espero un segundo y comenzó a entrar lentamente al mar. No quería mojar su rostro y correr el trabajo que había hecho Connor en su rostro, por lo que solo nadó de un lado a otro, disfrutando del agua en su piel. No duro más de veinte minutos, cuando el frío se apoderó de su cuerpo, por lo que fue hasta la playa en busca de una toalla.

Connor caminó hasta ella, con una toalla en su mano y la cámara golpeando contra su pecho. La envolvió con la toalla y cargó entre sus brazos hasta el lugar donde estaban anteriormente. La depositó con gentileza y acarició su rostro, con un tranquilo vaivén haciendo que sus ojos se cerrasen lentamente.

—¿Puedes creer que estemos acá? —preguntó cautelosamente Astrid.

—No puedo creer que esté contigo, Astrid. Es lo único que no puedo creer— dijo, besando su frente y tomando sus manos frías—. Me preocupo demasiado cuando tienes las manos muy frías, Astrid.

Across ParisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora