37. "Pinturas"

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Astrid deslizó el ancho pincel por la tela, untando la punta con un poco de óleo color azul. Llevaba listo dos cuadros y sólo le faltaba ese y uno más, el cual Connor estaba haciendo para que finalizara rápido con su mandato de la Universidad. El trabajo había comenzado en la madrugada, a eso de las seis y media de la mañana, comenzando con unos cuantos besos y caricias por parte de ambos y siguiendo con el exquisito desayuno preparado por su novio, discutiendo lo ocurrido el día anterior con respecto a Colin. Connor intentó evadir el tema en cuanto ella lo sacaba a luz, encendiéndolos con cortinas invisibles para seguir con el trabajo de Astrid.

La morocha ató su cabello en una alta coleta, descansando un poco sus muñecas y tronando sus dedos para relajarlos. Apoyó sus manos en sus caderas, ensuciando sus jeans viejos, pero no le importó. El agotamiento se apreciaba en sus facciones y en el sudor que se acumulaba en su frente, por lo que Connor se aproximó a ella abrazándola por la cintura y recargando su barbilla en el hombro.

—Amor, descansa unos minutos. Ya has terminado dos cuadros y tus muñecas deben doler.

—Estoy bien, no te preocupes —mintió.

Suspiró pesadamente, haciendo que le doliesen los pulmones, estaba tan cansada que quería viajar rápido a Florencia para despejarse de toda la mierda que la atormentaba. Estaba tan estresada y angustiosa que más de una vez su cuerpo reaccionaba preparada para cualquier ataque de pánico que se viniese hacia ella, pero gracias al cielo los labios de Connor siempre eran más rápidos para saciar el estrés y angustia de ella. Era su medicina natural, pero se estaba haciendo adicta a ella como toda una droga.

Connor la volteó, tomando su barbilla con ayuda de sus dedos y besando sus labios castamente. Luego negó.

—Luces horrible. Por favor descansa —sugirió Connor, acariciando los mechones de cabello que sobre salían de su rostro y acariciaban sus sienes.

Ella asintió sonriéndole, se acercó mucho más a él, rozando los botones de su camisa con sus dedos. Desabrochó con lentitud la camisa blanca de Connor, sin apartar sus ojos de los suyos por nada. Creer que hacía unos meses atrás el contacto visual con Connor le dificultaba tanto, le era difícil de creer. La camisa cayó al suelo, dejando frente a sus ojos el maravilloso torso desnudo de su novio. Acarició su abdomen, sintiendo la calidez de sus dedos contra su piel y grabando en las yemas de sus dedos la textura que tenía Connor. Lo leyó en un libro: las palmas de las manos tenía una memoria más fiel que su propia memoria, y quería asegurarse que era real.

Connor mordió su labio, sintiendo los dedos de Astrid desplazarse tan suave y lento que le excitó. Tenía unos dedos maravillosos, bastante largos y huesudos, pero le sentaban bien. Le encantaba que lo tocara, que explorara su cuerpo con sus dedos. Recordaba cuando la vio acariciar los muebles en su paseo a la playa, era como si saboreara con los dedos y extrajera todo el sabor al inspirar. Cerró los ojos un momento, sintiendo ahora sus dedos en sus pectorales, ascendiendo hasta su cuello y besando este.

El olor que ambos emanaban era deseo, nada más, y Connor se encargó de prolongar más la atmósfera atrapando las suaves curvas de sus caderas entre sus manos y sentándola sobre la silla de madera para pintar, dejando el culo de Astrid con pequeñas gotitas de pintura. Sintió los brazos de Astrid envolver su cuello y atrayéndolo más hacia ella, le hizo caso iniciando un camino de alocados besos por toda la zona de su cuello, deteniéndose en la antigua marca que había en el valle de sus senos y bajo la mandíbula.

—Me encantas. Mon Dieu, ma chèrie, te haría el amor en este mismo momento, rodeado de todas estas obras de arte a nuestro alrededor —le confesó, en medio de un beso—. Quiero apreciar una vez más tus curvas a la luz del sol y tu cabello cubriendo tus pechos. Te deseo tanto que me duele, pero amarte me duele incluso más.

Across ParisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora