40. "Robert"

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Al día siguiente se podía apreciar la pereza de Astrid en cuanto a visitar al amigo o socio de Connor. Creer que perdería un día completo escuchándolos hablar de temas que ella no conocía en absoluto y le disgustaba mucho más. Si existía algo que le molestara era quedar apartada de alguna conversación, se sentía más que pequeña e indefensa a su lado, por suerte siempre tenía el móvil a mano por cualquier cosa aunque fuese para distraerse unos quince minutos. Pero de toda esta salida había algo que no le concordaba y tenía alguna que otra sospecha que no visitarían al chico, sino que irían a algún lugar emblemático del entorno de la ciudad.

Arregló su cabello en una coleta y en cuanto pasaba sus dedos por los finos mechones de cabello se dio cuenta lo maltratado que se encontraba en las puntas por lo que debería cortarlo, aunque no quisiera, porque alguna vez leyó algo en un libro que marcó completamente sus ideales en cuanto cortar su cabello. "Dicen que cuando cortas el cabello es porque vas a cambiar de hombre" recordó y ella no quería un cambio porque pensaba estar con su chico por una cantidad indefinida de tiempo.

La puerta crujió bajo sus pies y dio media vuelta encontrándose a Connor con una camisa blanca con los tres primeros botones desabrochados. Le sonrió a través del espejo una vez que terminó con su cabello. Con sus lentos y moderados pasos se acercó hasta él y juntó sus labios con los suyos, saboreándolo. En cuanto se separó  acarició sus facciones con sus dedos, repasando el contorno de sus cejas y pómulos.

—¿Nos vamos?

—Sip, mueve tu trasero —golpeó este provocando que se moviera hacia adelante, en dirección a la puerta principal.

Astrid sobó su trasero y le lanzó una mirada de odio, prosiguiendo su camino.

—Lo haces de nuevo y te mato, Hurst. ¡Me ha dolido! —se defendió.

—Lo sé, querida. Ahora sal de la habitación que he prometido ser puntual.

No era novedad que a Astrid le gustara caminar, pero en ese momento la invadieron tantos recuerdos que lo único que deseaba era permanecer en un auto sin mirar a su alrededor. Caminaban por una calle estrecha, bastante, llamada Dante Alieghieri que parecía no tener fin. Observaba a las personas comiendo helados y unas jugosas frutas por lo que deseó comer una también. Reprimió el deseó en cuanto Connor enlazó sus dedos con los suyos y siguió caminando. Leyó los números enmarcados en la pared «21, 19, 17, 16, 14» leyó mentalmente.

Su corazón palpitó mucho más rápido en cuanto el número catorce se encontraba frente a sus ojos. Connor movió un poco la puerta y esta se abrió, la guio hasta el último nivel con la mano tan sudorosa por los nervios como la suya. Sentía que ya conocía ese lugar, que se había topado con esas paredes más de alguna vez en vida. Que las texturas de las puertas ya fueron ingeridas por sus dedos al tocarlas. Sentía que pertenecía a ese lugar con cada paso que daba hasta la puerta con cada olor que circulaba en el aire, hasta que detuvieron frente a una puerta más clara que el resto el cual tenía como título Pintor.

En cuanto Connor tocó la puerta, Astrid ya tenía planeado lo que quería hacer, huir. Sentía que a pesar de haber presentido que este lugar estaba hecha para ella la rechazarían en cuanto la puerta se abriera. Con cuidado la puerta se abrió y la risotada familiar se hizo presente por el otro lado de la puerta.

«Esa risa...» recordó Astrid, mirando hacia su novio.

En cuanto sus ojos entraron en contacto con el hombre de la otra puerta sintió que se desmayaría. Todo su mundo se vino para abajo en cuanto sintió la calidez de sus ojos, como el hombre de sus recuerdos. Era igual al él, exactamente igual como lo había presentido en sus recuerdos. Mismas características físicas, sobre todo sus manos desgastadas y cubiertas de pintura que aseguraba que era acrílico por el brillo que poseía. Cubrió su boca e intentó reprimir el sollozo al verlo. Él no la reconocía, podía apostar hasta su vida que no la recordaba como aquella Astrid.

Across ParisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora