Prólogo
Las mañanas de Astrid eran consideradas horribles incluso detestables y duras cuando sus lunes consistían prácticamente en trabajar a las ocho de la mañana en una cafetería, no muy lejos de donde vivía, y que aún así le provocaba tal pereza. Sabía que sus lunes eran de morir, pero para sobrevivir en la costosa ciudad de París necesitaba trabajar duro y ganar suficiente dinero como para pagar la renta y una parte de sus estudios. Hasta ahora ella consideraba París diferente a las otras ciudades de Francia, y lo era en muchos aspectos.
Sin duda le complicó el sencillo acto de abotonarse la blusa al darse cuenta la primera vez que la etiqueta no estaba escondida sino expuesta, donde no debería ir. Al percatarse volteó la camisa y abotonó lo más rápido que pudo su blusa.
El timbre del departamento retumbó en sus oídos y en el resto del lugar. Apartó algunos mechones de su rostro mientras se miraba al espejo por última vez aplicando un poco de máscara de pestaña y un brillo en sus carnosos labios. Caminó hasta su armario y eligió uno de sus tantos botines. El timbre volvió a sonar y a brincos terminó de ponerse sus botas, rebotando contra las paredes hasta llegar a la puerta, encontrándose con Colin, su mejor amigo.
—¡Buenos días, As! —le sonrió su amigo, formando dos hoyuelos en cada mejilla. Saludó a Colin con un abrazo y un beso en la mejilla como lo hacían cada lunes por la mañana—. He llegado más temprano, ¿no?
Observó el desordenado cabello de su amiga y entre sus dedos envolvió un mechón que caía por su sien. Tan típico de estar a última hora arreglándose, muy Astrid.
Ella negó
—No, Colin. Me desperté... más tarde de lo habitual.
Astrid invitó a su amigo a entrar en su departamento. Colin se dirigió al sofá sintiéndose cálido y como en casa, sentía que el color café de este era de lo más reconfortante al igual que el dulce aroma de lavandas y menta que circulaba en la atmósfera. Volteó a su derecha y encontró los aceites esenciales habituales de Astrid encendidos por una llama de fuego, tal como se lo enseñaron en alguna ocasión.
Astrid, mientras tanto, le tendió una taza de té negro con jengibre; su favorito, y se sorprendió al notar como una sonrisa se adueñaba del semblante de su amigo, deleitándola con las hermosas perlas blancas que poseía.
—¿Has hablado con Olive? —Preguntó, a lo que Colin negó duramente—, ¿Cuándo le dirás...?
—Decir, ¿qué?
Astrid carraspeó y le arrebató la taza de té de sus manos. Procurando no derramar una gota en el suelo de madera.
—Que te gusta. —Pronunció lento y suave el francés.
Colin abrió sus ojos de la sorpresa y metió su dedo dentro del aceite esencial, se arrepintió al ver su dedo índice grasoso.
—No me gusta, Astrid —resopló molesto.
Astrid le devolvió la taza de té, manteniendo sospecha sobre los sentimientos de Colin hacia su mejor amiga.
A las 7;45, las calles de París estaban en completa soledad, exceptuando a unas cuantas personas, buses o algunos autos. Colin hablaba con Astrid sobre su largo fin de semana, destacando que conoció a una chica con la cual, a pesar de no tener ningún sentimiento o algo parecido, se metió a hacer de las suyas, como él siempre decía. Le hervía la sangre al saber que Colin apartaba sus sentimientos, en cuanto a Olive, viendo y "jugando" con otras chicas.
Juntos entraron a la cafetería en la cual Astrid trabajaba. Se percató de dos miradas frente a ella, observándola con detenimiento; Rhiannon y una desconocida. Rhiannon era sin duda la jefa más simpática que podía haber pedido, era una treintañera con una vida de casada, de manera muy literal; la cafetería era como su hijo y las hipotecas, como bien decía ella, eran como el marido que la atormentaba cada vez con alguna pelea.
El semblante de Colin se torno de blanco y trató jalar de Astrid fuera de ese lugar, mas ella no dejó ejercer el poder de Colin sobre su mano, encontraba que estaba siendo ridículo.
—¡Astrid! —exclamó sonriente Rhiannon—, ella es Claire. —Señaló a la chica—. ¿Recuerdas que te comenté sobre mi prima de Venecia? Bueno ha llegado hace un tiempo y le sugerí trabajar acá, ya sabes, se sentía un poco... sola.
La chica se sonrojo, captando la atención de Colin. Sin duda el karma de Colin se devolvía siempre, incluso esta vez que pensó que nada podría volver a ponerla en el destino de ella.
—Él es mi amigo...
—Colin, claro, he escuchado de ti. —Se adelantó, besando la mejilla Colin.
Astrid miró a ambos extrañada, sin comprender muy bien de que se estaba tratando todo ese juego de miradas secretas entre la prima de Rhiannon y su amigo.
Con un rápido ademán, Astrid se despidió de Colin para adentrarse a la cocina y ponerse su delantal blanco. Por el rabillo de su ojo divisó a Colin hablando con la chica, Claire, la cual estaba despidiéndose avergonzada de él mientras caminaba en dirección a la cocina y miró a otro lado para que no supiera que los estaba espiando.
Al cabo de unos minutos en la cafetería comenzaron a ingresar la misma cantidad de personas que siempre iban los lunes; entre ocho a diez personas.
Astrid caminó junto con su libreta en mano hacia una pareja de ingenieros —por lo que se podía ver a primera vista— y anotó ambas ordenes; un cappuccino helado junto a un moffin de zanahoria (por parte de la mujer) y un café latte junto a un emparedado de ave palta (para el hombre de traje). Regresó a la cocina a dar aviso de los pedidos alzando su voz por el aire para que la escucharan mejor.
Las puertas de la cafetería se abrieron de golpe contemplando la viva imagen de su amiga, Olive, entrar para luego lanzarse sobre los brazos de Astrid, la cual iba saliendo de la cocina de espaldas para seguir con su trabajo.
Olive envolvió el cuello de su amiga con tanta emoción que Astrid por un momento pensó que iba a quedar sin su cuello por la severa estrangulación por parte de la colorina.
—¡No creerás lo que he visto, Ma Chérie1! —Exclamó su amiga, estampando en el rostro de la morocha un pedazo de papel periódico con la sorpresa.
Astrid retiró el papel de su rostro y leyó el enunciado de este.
—¿De dónde mierda has sacado esto, cretin2? —Protestó Astrid.
—¡Crétin vous serez vostre, Ma Chérie! —Respondió molesta—. Es tu oportunidad, adoraba fotógrafa.
—Sabes que odio que me digas así, Olive. Y respondiendo tu pregunta anterior... No, gracias.
—¡Eres genial! Es tu oportunidad, ma Chérie. Fotografías excelente. —Tomó el periódico y comenzó a leer—. "La oportunidad de brillar estará en tus manos... Cada año en París el Musée du Louvre deja espacios a nuevos artistas en el arte de la fotografía, quienes concursaran para una entrevista y un destacado viaje a Florencia. Los cupos son de doscientas personas, de las cuales doce serán las semi-finalistas y presentaran frente a John DeGraw y John Allamand.
Olive dio un grito al pronunciar el último nombre. Sin duda John DeGraw era un gran crítico artístico.
—No te emociones —comentó Astrid—. No me interesa participar, Ollie. Gracias pero... tengo que trabajar.
—Espera —la detuvo y observó nuevamente el periódico.
—¿Qué?
—También habrá otro juez.
—¿Quién? —Soltó entre risas.
—Connor Hurst. —Olive y Astrid mostraron asombro—, el director de la oficina de Fotografía en Inglaterra.
Aquello a ambas les cayó como agua helada después de una agitada noche.
Connor Hurst era la pesadilla de los nuevos artistas y Astrid lidearía con él, a pesar de nunca haberlo visto.
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Across Paris
RomanceVivir en París tiene sus complejidades, sobre todo para Astrid, una novata fotógrafa, la cual dedica la mayoría de su tiempo en sacar fotografías por todo París. Las oportunidades nunca han jugado bien con Astrid, siendo rechazada en varias partes a...