00. "El principio de una historia"

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Cuando Connor se enamoró


            

Definitivamente no era la primera vez de Connor en París y no era la primera vez que iba en busca de un café Mocca en Starbucks, pero sentía ese día como la primera vez que visitó la ciudad del amor. Si bien las discusiones amorosas con River lo llegaban a sofocar, las noches de sexo desvanecían cualquier pisca de odio o rencor que tenía contra ella, aunque en ese momento se prometía que nada desvanecería el enfado hacia ella, ni el más mínimo tacto a su cuerpo.

Siempre creyó que River era la indicada, el amor de su vida, pero en cuanto firmo los papeles para convertirse en esposos la cosa cambió y conoció a una River que jamás se pudo imaginar dentro de sus tres años de relación. ¿Había sido muy precipitado? Claro que lo era, no planeaba tener hijos hasta un largo tiempo, si bien le encantaba tener sexo con ella la idea de criar un niño juntos no le agradaba para nada, sobre todo teniendo en cuenta que se encontraba enfocado en su trabajo como profesor en Londres pero cada vez que River le insistía que tuvieran un hijo más eran las ganas de deshacerse de ella y mandarse a cambiar a París.

Sentía que desde el compromiso con River el mundo se había llenado de mujeres más hermosas, mucho más bellas que su esposa Suiza. Y como le dijo Nathaniel más de una vez, el mundo está lleno de peces y tú has pescado el más malvado. No comprendía su odio hacia River aunque sospechaba que su colega conocía un secreto de ella que él todavía no tenía presente.

En cuanto llegó su turno, la cajera le sonrió, adoptando un simpático color carmesí en sus mejillas. Le devolvió la sonrisa, un poco exhausto por su jornada laboral.

—¡Hola, bienvenido a Starbucks! ¿Qué le puedo ofrecer? —preguntó la chica con el nombre de Rita en la placa del delantal.

—Hola, quiero un Mocca Blanco, por favor.

—¿De cuál tamaño?

—Eh... Un grande, con crema.

—¿Su nombre? —le preguntó, mirando el vaso de plástico.

—Connor.

—Muy bien, Connor. ¿Pagas con efectivo?

—Sí —le tendió los euros.

Esperó unos minutos, revisando su celular y algunos mensajes por parte de su colega. Revisó su correo electrónico y sonrió al ver que lo nombraron juez de la concurso de Louvre, sin duda era un privilegio volver a París aunque le diera un poco de flojera y pesadez. Quería darse el tiempo de conocer bien la maravillosa ciudad del amor sin su esposa, sólo consigo mismo.

En cuanto escuchó su nombre fue en busca de su refresco, pero le fue imposible siquiera probar el café cuando sintió como el frío era ya parte de su ropa. Quiso gritarle a la persona respondable, mas en cuanto sus ojos se cruzaron con los de ella se cayó. Eran unos ojos tan azules como el mar y brillantes tal cual estrella, y se podían ver a pesar de los lentes que cubrian el alrededor de sus ojos con un marco negro.

Leyó su vaso: Astrid.

—¡Dios! Cómo lo siento, déjame ayudarte —ofreció la chica, tomando tantas servilletas como fuese posible para limpiar su camisa.

Él no le permitió, simplemente se rio y la detuvo con la mano.

—No te preocupes, de todas maneras tenía que limpiar esta camisa hoy.

—De igual manera lo siento. —Buscó en su cartera unos billetes y se los entregó—. Tomé, para la tintorería, de verdad lo siento.

—Te cobraría un café, si no es mucho —sugirió Connor, tomando él las servilletas y presionando sobre ella para que el líquido disminuyera.

—No puedo. —Miró su reloj—. Se me hace tarde. Nuevamente, lo lamento.

—No te preocupes, espero verte luego...

—Astrid. —Extendió su mano hacia él y se fue corriendo de la cafetería.

Ese nombre resonaría un largo tiempo por su cabeza al igual que sus ojos azules. Rio para sus adentros, sin duda se veía una chica muy divertida y le interesó aún más al ver la cámara que colgaba por su abdomen. Sería una larga vida intentando volver a encontrarse con ella.

Across ParisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora