3
Las facciones de Astrid se deformaron convirtiéndose en una horrible mueca de espanto y molestia. Su mirada se deslizó hasta los diminutos cristales que quedaban esparcidos en el suelo, sus ojos se elevaron y miró los penetrantes y profundos obres que tenía el señor Allamand. Lo detesta, odiaba lo que estaba haciendo con su vida en ese momento.
—Veo que vienes inscribirte, te deseo suerte—hizo una pausa breve—. Sé que no la tendrás, así que comienza a perder las esperanzas—le susurró cerca del oído. Astrid sintió náuseas en ese momento, el olor a cigarro quemaba su oreja y tuvo que apartarse antes de soltar un manotazo que le contaría la inscripción—. Ahora que veo, no sé cómo me enseñaras tus fotografías. Dudo que lo haga con una cámara rota...
—¡Me debe una cámara! —bramó, ya harta.
John sonrió con malicia, estaba logrando el objetivo principal, hacerla enfadar.
Astrid había sido una caja de pandora la primera vez que la conoció, sintió cierto interés es conocer aquella mujer con un hermoso rostro de ángel y enseñarle algunas técnicas de la fotografía, las cuáles le servirían para el resto de su carrera fotográfica.
Nada había resultado como esperaba cuando se entero que era una de las alumnas de Kyler, lo cual hizo que sintiera una gran enemistad hacia la hermosa muchacha de cabellos castaños. Quería hacerle la vida imposible tal y como se la había hecho a su aprendiz, Kyler.
Pero al parecer la esperanza jamás moría, y necesitaba apagar aquella chispa de fe en el alma de Astrid.
—As, ¿Qué sucede? —Olive se acercó a ellos dos dejando de lado un par de turistas extranjeros. Al cabo de unos segundos Olive sacó sus propias conclusiones en un abrir y cerrar de ojos—. Usted debe ser el misérable que aparta a las buenas fotógrafas. ¿No es así, señor Allamand? —Los brazos de Olive se cruzaron sobre su pecho, esperando la respuesta del famoso hombre de terno.
—No es de su incumbencia, fille. Lo que yo haya, o no, hecho no debería importarle en lo mínimo—dijo con orgullo de sus palabras—, por lo que sé usted no es fotógrafa y no pertenece a ninguna academia en la cual se estudia fotografía. ¿Me estoy equivocando? —insistió con arrogancia.
—Debería irse—murmuró Astrid, mirando a su alrededor, esperando por alguna respuesta del cielo.
—Usted debería hacerlo, señorita Portinari. Lo le vendría para nada bien estar acá, sobre todo sabiendo que no quedará porque—sonrió— yo soy el juez..., por lo que yo tomaré las decisión...
—También está el señor Hurst, por si sabe que existen más personas en este mundo, señor—contraatacó Astrid, comenzando a alejarse de aquel hombre.
—No podrá ver sus fotografías.—Astrid detuvo por unos segundos sus pasos, un poco angustiada y desesperanzada—. Connor sigue en Londres, por si no lo sabe, su avión aterrizará dentro de dos días y, claro, es el día de las elecciones para postular dentro de los doce mejores. —Junto sus palmas haciendo un ruido similar a un aplauso—. No creo que esté allí, señorita Portinari. Es solo para personas que merecen estarlo, personas que se esmeran realmente por algo y no se conforman con lo mínimo. Personas que son, y serán, exitosas.
Astrid apartó las frívolas palabras que había dicho John de su cabeza y siguió su rumbo hasta la entrada del museo de Louvre, llevando consigo a su amiga, la cual estaba—al igual que Astrid— realmente gastada por la fastidiosa actitud que poseía. Sentía que por un momento su antiguo acompañante de bolsillo (el cigarro) y el señor Allamand eran muy similares; desgastaban el alma, quemaban por dentro y destruían todo a su paso, sin pudor alguno.
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Across Paris
RomanceVivir en París tiene sus complejidades, sobre todo para Astrid, una novata fotógrafa, la cual dedica la mayoría de su tiempo en sacar fotografías por todo París. Las oportunidades nunca han jugado bien con Astrid, siendo rechazada en varias partes a...