Capítulo 22: ¿Dónde estuvo esa mano?

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SHARLA.

El almuerzo no mejora, y es que me doy cuenta en este momento que los señores Secchi no tenían ni idea de mi presencia en el día, o el fin de semana. Mi estomago se retuerce de solo saber que debo pasar dos días con Alessander viéndome de manera incomoda y con Elizabeth siendo la mar de lagrimas cada que me ve.

Sandra, la esposa de Devon, es un amor. Ella es toda sonrisas y dulzura ante todos, incluso si no todos le devuelven la sonrisa. Ella y Devon se conocieron meses después de que Jareth se haya ido a Londres. Al parecer, ella estudió artes, algo que supuse cuando su forma de vestir y personalidad tienen parte de ello. Tuvieron sexo, mucho sexo, algo que Devon detalló como "hacer manualidades" ante la presencia de Lilah, y de allí vino la niña. Está de más decir que por la mirada del señor Secchi, nunca estuvo de acuerdo en esa relación, pero no voy a darle crédito cuando su mirada se suaviza ante la presencia de Lilah y Tadeo, sus nietos.

Elizabeth es todo lo contrario, su personalidad extrovertida sigue ahí, está opacada ante la presencia de su marido, pero sus ojos llevan la misma picardía que recordaba muy bien. Mis emociones en este momento son un desastre, la molestia, el resentimiento, la tristeza y melancolía me recorren por completa. No pueden culparme, no cuando estar riendo con ellos, como si nada hubiera pasado, me recuerda que, en algún momento, esta también era mi familia.

—Yo también quiero hacer manualidades algún día, quiero muchos bebés —Lilah sonríe, comiendo de su ensalada, haciendo que Devon se atragante con un pedazo de carne.

—No harás manualidades hasta que tengas mínimo veinte años, e incluso más —le dice, luego de recomponerse.

Sandra y yo alzamos una ceja, algo que él no pasa desapercibido, porque suelta un gemido lastimero mientras se llena la boca con más comida.

—Que machista —decimos al mismo tiempo, y ambas reímos al darnos cuenta.

Comemos entre risas y charlas, y confieso que la paso bien, podría pasarla mejor de no ser por el aura intimidante de cierta persona. Jareth se mantiene callado, aunque de vez en cuando suelta algún que otro comentario, pero no se excede como normalmente lo haría.

Estoy terminando de lavar los platos que yo misma me ofrecí lavar cuando vi que Tadeo empezaba a despertarse con hambre, cuando siento que una mano rodea mi espalda. Me tenso, pero me relajo cuando veo que es Elizabeth, lo cual no sé si lo hace mejor o peor. Su mirada no sale de mis movimientos, y no habla hasta que termino de lavar los cuchillos.

—¿Cómo haz estado? —su voz sale en un susurro bajo.

No la miro, pero me muerdo la lengua para no responderle despectivamente, dejo verle mi dolor en mis palabras, pero sin ser grosera.

—Lo mejor que se puede estar cuando tu familia adoptiva te da la espalda.

—Lo lamento tanto, cariño —acaricia mi espalda.

Niego, no porque no quiera su perdón, sino porque actualmente, luego de cinco años, ningún lamento me vale. No después de todo el daño que me han hecho. Pero no vivo con resentimientos, al menos no con ellos, no cuando la persona que rompió mi corazón es otra.

—No fue culpa de nadie —digo, sintiendo la garganta apretada.

—Me disculpo por mí, no por él. Me disculpo porque después de todo, sigues siendo una hija para mí, en ningún momento quisimos hacerte daño, pero nosotros...

—Está bien —no la dejo acabar, sintiendo mis ojos aguados—. Ya pasó, supongo que todo tiene explicación, solo que hoy no es el momento de saberlas.

Y era cierto, hoy solo quería fingir por un momento que seguía siendo una niña de dieciséis, riendo y pasando el día con personas agradables, ignorando a la mujer veinteañera que tenía dentro mío, que estaba sedienta de ver a todos caer. Sedienta de darles a cada uno, al menos la mitad de lo que yo sentí.

El Karma de JarethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora