Donde Vemos el Secretísimo Proceso de la Recolección de un Diente
SIGLO TRAS SIGLO, la Reina Toothiana había volado majestuosamente durante sus rondas nocturnas con su media docena de miniproyecciones. Cada vez que un niño dejaba un diente bajo su almohada, una de sus proyecciones lo recogía cuidadosamente y pedía un deseo en silencio. Los niños siempre eran distintos, pero el deseo siempre era el mismo: que cuando el niño creciera, fuera amable y feliz. En todos los pueblos, las ciudades y las selvas de Asia, los niños sabían colocar los dientes caídos bajo la almohada. Después, en lugar del diente habría un pequeño tesoro. Y el cliente se almacenaría en el palacio del elefante volador de Punjam Hy Loo hasta que volviera a ser necesario. Antaño, a Toothiana le gustaba pasar tiempo junto a la cama de cada niño: les colocaba bien la manta que habían apartado sin querer o les susurraba mensajes de esperanza al oído mientras dormían. Le gustaba asomarse por la ventana cuando el niño se despertaba por la mañana. Sus gritos de alegría al buscar bajo la almohada y encontrar un regalo eran para ella un tesoro. Aunque quería ayudar a todos los niños del mundo, no daba abasto. Desde que aprendió hace mucho que las joyas de cualquier tipo despertaban un interés equivocado entre los adultos, había empezado a usar monedas u otros tesoros menores como intercambio para los dientes.
Pero ¡ay, las monedas!
A los niños les encantaba recibirlas. No obstante, a medida que se formaban nuevos países y surgían nuevas divisas, cada niño requería una moneda de su reino. Su actividad se complicó. Aunque fueran seis, apenas había tiempo para hacerlo todo antes del amanecer. A pesar del frenético ritmo de la Reina Toothiana, había algo en su presencia que calmaba a todos los niños que visitaba. Y aunque cualquier noche podía encontrarse con uno o dos malos sueños, la época terrible del Hombre de las Pesadillas parecía haber terminado. Los niños de su territorio, como los niños de todas partes, lo llamaban el Coco, y hacía meses que no veía ni rastro de él. Aunque la Reina Toothiana no supiera tanto sobre los Guardianes como ellos sabían de ella, había observado al reluciente niño de luz que había combatido al Coco. Había visto lo valiente que había sido al salvar a la niña que escribía historias y dibujaba. Sentía cierto cariño por los dos. De un modo extraño, su entrega mutua le recordaba a la entrega de sus padres. Por eso tenía tantas ganas de llegar a la última parada de aquella noche.
Por primera vez había recibido una llamada desde la cima más elevada del Himalaya: el Lamadario Lunar. Sabía que allí descubriría más cosas sobre la valiente niña que montaba un ganso gigante.
Mientras tanto, Luz Nocturna esperaba a la Reina Toothiana en lo alto de la torre del Lamadario con toda la paciencia que había logrado reunir. Recordó la primera vez que vio a la mujer-pájaro. Había estado persiguiendo luces de luna cuando pasó a tanta velocidad que la confundió con un colibrí enorme. Y de vez en cuando se veían el uno al otro. Ella nunca le había hablado, aunque siempre lo saludaba con la cabeza cuando sus rutas aéreas se cruzaban. Pero Luz Nocturna, con su aguda intuición, sentía que ella no se fiaba de la mayoría de la gente y que no quería que los demás Guardianes supieran de ella, así que había guardado en secreto que la conocía.
Además, había algo en ella que lo intimidaba.
Pero Katherine le había pedido ayuda, así que fijó la vista en el cielo nocturno, buscando entre las estrellas brillantes cualquier señal de la tal Toothiana. Luz Nocturna pronto distinguió un resplandor. Era un centelleo que parpadeaba, como chispas iridiscentes azules y verdes. A medida que se acercaba, Luz Nocturna distinguió una cabeza emplumada, unos ojos verdes brillantes y una sonrisa alegre. Intentó ocultarse, pero Toothiana y sus miniproyecciones lo vieron antes de que él pudiera esconderse en las sombras.
Toothiana supo inmediatamente que tramaba algo. Durante siglos, demasiados niños habían planeado despertarse en el momento de su llegada como para que ahora la pillaran desprevenida. Hizo un gesto severo con la cabeza y se llevó un dedo a los labios, advirtiéndole que no se entrometiera.
Luz Nocturna titubeó. Su lealtad más profunda era para Katherine, pero se dio cuenta enseguida de que debía confiar en aquel ser alado. Al menos de momento.
Asintiendo de forma casi imperceptible, le hizo saber que haría lo que le pedía. Pero la siguió de cerca cuando ella y sus proyecciones entraron por la ventana hasta el lecho de Katherine. Tres de sus miniproyecciones, del tamaño de gorriones, volaron en silencio hasta la almohada de Katherine, cada una portando una moneda de oro. Plegaron las alas y gatearon con cuidado y en silencio por debajo del cabezal. Otra aterrizó junto a la oreja de Katherine y tocó un minúsculo instrumento de plata al tiempo que entonaba una canción suave y arrulladora. Luz Nocturna estaba fascinado. Cantan para que duerma más profundamente, comprendió.
Otra miniproyección vigilaba junto a la almohada mientras la última revoloteaba por la habitación y parecía alerta. Toothiana, con una sonrisa expectante en el rostro, esperaba que sacaran a escondidas el diente de debajo de la almohada. La almohada se arrugó aquí y se abombó allá, y luego, por fin, las tres pequeñas hadas emergieron con el diente de Katherine en las manos. Toothiana lo tomó con ternura. Con la otra mano extrajo de una bolsa que llevaba al cuello una hermosa caja hecha de rubí tallado y la sostuvo con fuerza. Cerró los ojos como si estuviera sumida en sus pensamientos. Empezó a surgir un resplandor tanto del diente de Katherine como de la caja. El poder mágico de la Reina parecía estar funcionando.
Luz Nocturna ya había visto bastante. Por muy obstinada que pareciera la mujer voladora, haría lo que Katherine le había pedido. Se disponía a entrar y a arrebatarle el diente cuando un suspiro sordo y apenado de Toothiana lo desconcertó y se detuvo. La tristeza cubrió el hermoso rostro de la Reina, y entonces sus miniproyecciones suspiraron también, como si compartieran cada uno de sus sentimientos. Toothiana podía ver todos los recuerdos de Katherine.
Toothiana murmuró:
—Pobre niña. Eres como yo... Has perdido a tu madre y tu padre... pero ni siquiera has tenido oportunidad de conocerlos o recordarlos. —Inclinó la cabeza ligeramente, observó a Katherine dormir y susurró: —Tengo que darte el recuerdo que deseas.
Luz Nocturna se curvó hacia delante con nerviosismo mientras Toothiana bajaba la mano en la que sostenía el diente hasta la frente de Katherine. Luz Nocturna supo que ya no necesitaba robar el diente. Katherine tendría aquel recuerdo. Estaba contento. Sentía un vínculo peculiar con esa ave real y no quería enfurecerla.
Pero, de pronto, un sonido de lo más furioso impidió que Toothiana concediera a Katherine su deseo.
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El Hada Reina De Los Dientes
FantasyTRAS LA ÚLTIMA AVENTURA DE los Guardianes PARECÍA QUE LOS NIÑOS de Santoff Claussen se habían librado para siempre de los planes malévolos de Sombra. Pero tal vez esta calma no sea nada más que una estratagema del pérfido Rey de las Pesadillas para...