El Huevo o la Gallina:un Rompecabezas
MIENTRAS LOS NIÑOS FANTASEABAN sobre su primer viaje al Himalaya, Ombric y Bunny discutían acaloradamente sobre qué fue primero, el huevo o la gallina. Ombric creía que era la gallina. Bunny, como era de esperar, creía que era el huevo. Pero el pooka tuvo que admitir que no podía dar una respuesta definitiva a la pregunta.
—Los huevos son la forma más perfecta del universo —arguyó—. Es lógico que el huevo fuera antes y que la gallina viniera después.—¿Y de dónde vino el primer huevo si la gallina no existía? —preguntó Ombric.
—¿Y de dónde vino la gallina —señaló Bunny— si no es de un huevo?
Para sus adentros, los dos creían que habían ganado la discusión, pero en público el mago hizo una concesión al pooka. Bunny era la única criatura viva más vieja y más sabia que Ombric. De hecho, cuando Ombric no era más que un muchacho de Atlántida y estaba realizando su primer experimento con la magia, Bunny lo salvó de un trágico final. Ombric había aprendido mucho desde su reencuentro con el pooka. Se sentía como un estudiante de nuevo. Pero quizá, pensó, él también podría enseñarle algo a Conejo de Pascua.
—¿No has conocido a los lamas lunares? —le preguntó Ombric, deseoso de enseñarle sus extrañas costumbres.
—Sí y no —contestó Bunny misteriosamente—. Resultó bastante difícil poner aquella montaña en su lugar antes de que su nave se estrellara en la Tierra, mucho antes de que comenzara lo que vosotros llamáis Historia. Así que tenemos lo que se podría denominar «cierta relación», pero ¿de verdad se llega a conocer a alguien? Es decir, nos hemos presentado, he hablado con ellos, les he leído la mente y ellos han leído la mía, pero no sé qué van a decir o hacer en el futuro o en cualquier momento, ni qué ropa interior se pondrán el martes ni por qué. ¿Verdad? ¿O realmente lo sé?
Ombric parpadeó e intentó asimilar toda aquella información. No era una respuesta demasiado clara.
—Sí, por supuesto —dijo al fin—. Esto… sí… bueno… está bien… Quizá por eso supieron dirigirnos hasta ti cuando buscábamos la reliquia. --Miró el suntuoso y enjoyado huevo en lo alto del bastón de Bunny y arqueó una ceja—. Solo nos dijeron…
—Que soy misterioso y que prefiero pasar inadvertido —dijo Bunny para completar sus palabras, haciendo virar el tren en una elegante curva oval—. Cierto, absolutamente cierto. Una verdad lapidaria, por así decir. Por lo menos hasta que tuve el grato y curioso placer de conoceros a vosotros. De lo más inesperado. Del todo inusual. Como decís vosotros, «la monda». —Bunny había desarrollado un auténtico placer por usar las nuevas expresiones que oía en compañía de quienes él llamaba «terrícolas». Ombric sonrió a su compañero.
—Tú también me caes bien, Bunny.
Las orejas del conejo se menearon. Ese tipo de afirmaciones obvias sobre los sentimientos de los terrícolas nunca dejaban de confundirle. Pero, aunque el pooka nunca lo admitiría, Ombric sabía que estaba empezando a disfrutar la compañía de los humanos, aunque en pequeñas dosis.
A medida que se acercaban al Himalaya, Katherine recorrió un vagón tras otro, dejando atrás aldeanos parlanchines y elfos, en busca de Luz Nocturna. Los elfos de Norte trabajaban con diligencia en lo que parecían dibujos o los planos de alguna cosa. Cubrieron alegremente sus páginas para que ella no las viera. Prefirió no fisgonear, ya que aquellos hombrecitos le caían bastante bien. Además, su misión era encontrar a Luz Nocturna. Entonces, como ocurría siempre, supo que era el momento de reunirse con los demás Guardianes, y pudo presentir que Luz Nocturna estaba con ellos. Siguió aquel sentimiento, que la llevó al vagón delantero, o más bien, como solía decir Bunny, la huevo-motora.
Estaban todos allí: Norte detrás de la puerta, Ombric y Bunny manipulando alegremente los controles. Y fuera, sobre la ventana delantera, vio a Luz Nocturna, sentado y mirando al frente desde delante de la chimenea del motor. No se dio la vuelta, aunque ella sabía que había sentido su presencia. Su cabello se agitaba desordenadamente a medida que el tren avanzaba a toda velocidad. El sonido del tren era muy fuerte, pero resultaba agradable, como diez mil batidoras revolviendo innumerables huevos. Quizá Luz Nocturna extrañe la emoción de la batalla, pensó Katherine mientras miraba al niño inclinarse hacia delante contra el aire que pasaba a toda velocidad. Se preguntó si a Norte le pasaría lo mismo. Estaba tarareando para sus adentros, con una mirada lejana. Algo había cambiado en el joven mago. Seguía siempre preparado para pasar a la acción, le seguía gustando inventar nuevos juguetes para los niños. (Esa misma mañana le había dado al menor de los Williams un juguete bastante curioso: un trozo de madera en forma de galleta redonda con una cuerda atada en el centro. Cuando lo lanzabas, subía y bajaba casi por arte de magia. Norte lo llamaba un «yo-yo-ho»). Y seguía fastidiando a Bunny, a quien llamaba insistentemente «Hombre Conejo», por mucho que el pooka le corrigiera una y otra vez.
No obstante, Katherine presentía un cambio, un cambio que no lograba identificar. En los ratos en los que pensaba que nadie lo estaba mirando, Norte se había vuelto más silencioso, más contemplativo. Pero no parecía triste ni melancólico ni solitario, como le ocurría a Luz Nocturna. El entusiasmo daba vida a su rostro.¿Qué estará tramando?, se preguntó, con la esperanza de que se lo contara cuando él estuviera listo. Ojalá pudiera estar segura de que Luz Nocturna sería igual de comunicativo. Todos estos cambios son inquietantes. La paz es más difícil de lo que pensaba.
Norte, sintiendo su presencia, sonrió y le acarició un rizo de la frente.
—¿Estás preparada para volver a ver al Hombre de la Luna?
Katherine le mostró una sonrisa traviesa y asintió. Notó como el tren iniciaba el ascenso. El motor se esforzó por tirar de los vagones ovales con su festivo cargamento hacia la cumbre montañosa del Himalaya. Casi habían llegado.
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El Hada Reina De Los Dientes
FantasyTRAS LA ÚLTIMA AVENTURA DE los Guardianes PARECÍA QUE LOS NIÑOS de Santoff Claussen se habían librado para siempre de los planes malévolos de Sombra. Pero tal vez esta calma no sea nada más que una estratagema del pérfido Rey de las Pesadillas para...