Capítulo VII

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Mi cumpleaños nunca ha sido muy divertido que digamos

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Mi cumpleaños nunca ha sido muy divertido que digamos. Casi siempre lo único que hacemos es una cena “familiar”, y digo “familiar” porque este término se reduce únicamente a mi mamá y a mi padre. Cuando era pequeño solo una vez hicimos una celebración grande, llena de globos, de confetti, de hábiles magos llenos de trucos y divertidos payasos con grandes narices rojas; fue la única vez, nadie asistió a la fiesta, nadie, absolutamente ni un ser. Estuve muy mal en esa semana. Inclusive no quise comer por días y no salía de mi cuarto, no lo entendía. Comprendí qué era lo que pasaba con el tiempo, cuando mis compañeros de aula cumplían años. Nunca me invitaron a una de sus fiestas y aunque suene un poco mal siempre necesité ir, no para comer o bailar, no. Solo para darles mis felicitaciones, para relacionarme con ellos. Con lo años he comprendido que ya me da igual eso. Soy yo mismo en mi mundo, para eso no necesito apoyo, y en caso de necesitarlo no lo quiero; he aprendido a sobrevivir sin él, sin el apoyo que necesita un niño, un adolescente.

Hoy es 12 de abril y sí, es mi cumpleaños, otro añito más en mi piel, ya son diecinueve. Es el primero que paso en un hospital y es más tétrico y desolador que los anteriores. Por suerte hoy creo que me darán el alta. Al final he distribuido mi tiempo en el hospital bastante bien. Gloria viene a verme todos los días, sin excepción, todos. Nos ponemos al día de lo que pasa, dibujo un poco para que me dé su opinión y escucho los nuevos poemas que ha escrito, es muy buena con eso de la poesía. A mí no me gusta escribir poemas, no son lo mío. Para mí las rimas son palabras mayores. Alejandro es otro tema aparte, muy aparte. Ha venido siempre al menos dos horas y media, las enfermeras incluso lo han tenido que echar de la sala porque se pasa del horario de visitas de la tarde. Me he puesto al día escolarmente hablando por él. Cada clase, cada tarea, cada trabajo importante. Nunca me ha mencionado lo ocurrido y yo, sinceramente, tampoco lo he hecho.

En los últimos días he notado cambios. Por ejemplo que viene más arreglado de lo que debe venir a un hospital, o que el olor de su perfume inunda la habitación entera. Cada vez que se acerca me intimida, su mano siempre busca el roce con las mías y yo no encuentro otra solución que alejarme.

Por las noches, cuando todos duermen, cuando incluso mi madre lo hace en su triste e incómodo butacón, me pongo a dibujar. Y nacen seres con rostros reales, muy parecidos a los de Alejandro, a los de Gloria. Siempre sus ojos me traspasan y la profundidad que hay en ellos me domina hasta dejarme profundamente dormido mirándolos. Así sueño con ellos y las pesadillas se quedan de un lado.

Mi madre ha estado perenne a mi lado, no se ha movido ni un solo instante. De mi padre no puedo decir lo mismo, si ha aparecido por aquí dos veces a partir del primer día es mucho. Viene hasta la puerta, me lanza una mirada que me taladra el alma por su frialdad, le deja algunas cosas a mi mamá y se marcha por el mismo camino por el que llegó.

—¿En qué piensa nuestro paciente más cabizbajo?— interrumpe mis pensamientos el doctor que me ha atendido desde hace días, me da miedo, hasta escalofríos.—Esta tarde le damos el alta señora, todo parece que anda bien. Le seguirán doliendo un poco los huesos pero la medicación lo calmará bastante. Si presenta nuevos síntomas como sangramientos o vómitos por favor no dude en traerlo nuevamente. —mi madre se asusta algo al escuchar lo que puede que ocurra. Aunque es poco probable que eso pase ella armará una tormenta en un vaso de agua, eso lo sé.

BrunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora