Capítulo X

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Mi sangre hierve cuando siento la vil manera en la que se hunde sobre la piel de mi madre una de sus manos, que la agarra y la atrae hacia su cuerpo abruptamente

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Mi sangre hierve cuando siento la vil manera en la que se hunde sobre la piel de mi madre una de sus manos, que la agarra y la atrae hacia su cuerpo abruptamente.

—Atrévete a hacer algo niñato de mierda— explota sobre mí con un odio profundamente visible y palpable en su voz y su mirada.

—¡Suéltala, perro!— le grito desaforadamente sin dejar de blandir fuertemente mi cuchillo, aunque mi pulso duda y mi mano tiembla un poco.

—¿Qué dijiste?— sus palabras son llanas, sin tonalidades, frías y austeras; sus ojos se le salen de las órbitas, su mirada es la de un desquiciado, la de un loco frenético.

—¡¡¡Qué la sueltes, joder!!!— le grito y espero que mi voz haya salido lo suficientemente alta y desgarradora como para que alguien acuda en mi ayuda, y lo que más me preocupa, en la ayuda de mi madre. Ahora que lo pienso bien es prácticamente por gusto, mis vecinos nunca me han ayudado aunque pudiesen hacerlo.

—¡Claro que la voy a soltar! ¡Ella no tiene la culpa de haberte parido así! Tan antinatural, tan desviado.— Sus palabras me duelen, como han hecho siempre, él habla para herir. Solo cuando sus silencios se sienten mi alma es capaz de descansar, mientras su voz resuena, mis sentimientos y mi moral van a la deriva. Mi autoestima deja de acompañarme y caigo en una depresión de días, aunque nadie decide meter su mano para sacarme del fondo de mis lagunas mentales. Como mucho solo intentan animarme, pocas veces lo consiguen, únicamente Gloria; pero Gloria me anima con solo existir. Ella es de esas personas que levantaría un muro por hacerme feliz, y quizá es la única que lo intentaría.

Tira a mi madre a un lado de la cocina y hace que choque estrepitosamente contra una de las sillas de la isla, ella pierde el equilibrio y cae.

—¡Qué has hecho!— ha tocado mi punto más débil, mi talón de Aquiles. Decido atacarle, quiero verlo arder en mil pedazos. Quiero que sufra. Quiero sangre. Con mi madre sí que no.

Mucho antes de que me dé tiempo de usar el filo del cuchillo un manotazo lo tumba de mi mano, certeramente se lanza sobre mí y me tira al suelo, alejado de mamá. El impacto con el piso hace que mi espalda se estremezca. Mi cabeza choca con las losas del suelo y quedo medio aturdido. Los golpes, que aún no han mejorado, ahora han multiplicado mi dolor.

Por cuestiones de segundos pierdo el conocimiento y cuando logro recuperarlo una gran mole se agacha sobre mí. Es él. Lanza una gran carcajada al viento y su cara y sus ojos reflejan lo que en realidad siente por mí. Odio.

Levanta su inmenso puño, grotesco; y tengo un déjà vú. He vivido esto en un sueño, en la peor de mis pesadillas. Observo sus intenciones: quiere dañar mi cara, es su lugar favorito tortura tras tortura. Una de mis cicatrices, de las tantas que él me ha hecho, me adorna el rostro. Fue cuando pequeño y no recuerdo muy bien el cómo ni el porqué, solo sé que me estaba propinando una buena paliza por jugar con una de mis amigas. Al darme movió la mesa y una pequeña navaja saltó por los aires haciéndome un piquete transversal debajo de la ceja derecha, justo en el párpado. La herida sangró mucho pero todo fue un susto. No había nada de qué preocuparse.

BrunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora