Capítulo VIII

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Mis ojos se quedan maravillados y la perfección de su "lugar especial", me inunda la vista

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Mis ojos se quedan maravillados y la perfección de su "lugar especial", me inunda la vista.

—Claro que me gusta, me ha encantado— le respondo mientras sigo contemplando la escena.

Es un espacio bastante apartado de la mirada del ser humano, el silencio solo está interrumpido por el suave trinar de las aves y la caída del agua de la cascada. Sí. Hay una cascada. No es muy grande. Sencillamente pequeña, pero alberga una aurora de complicidad con el medio que la rodea que es a la vista completamente extraordinaria. Un pequeño río continúa su paso y su transparencia es tal que se observa claramente el fondo. La corriente se pierde entre los árboles, ellos son como los guardianes de esta pequeña porción de paraíso natural. Hay flores, muchas flores, que inundan el ambiente de un aroma completamente exquisito al olfato y embellecen aún más el suelo que pisamos. Me detengo un momento para contemplar los peces que nadan libres en el agua. Son hermosos, algunos con colas muy coloridas y largas que giran demostrando la belleza que las caracteriza, tremendamente seductores; otros, en cambio, son más opacos y sencillos, con algo menos de esplendor por así decirlo, pero son los más ágiles y veloces, voraces y divertidos.

—Es espectacular— hablo perplejo admirando el lugar.

—Lo sé.— me responde acercándose a mí cada vez más.

Me toma por un brazo y me indica un espacio para sentarnos. Quedamos en la ribera del río. Se quita sus zapatillas y los calcetines, que por cierto están muy chulos, me gustan; se sube el pantalón hasta la rodilla y mete sus pies en el agua.

—Haz lo mismo.— se escucha como una orden, lo que ocasiona que mi yo más cortante aparezca.

—No quiero.— le miro con una sonrisa que le reta; él me observa de arriba a abajo y aprovecho para sentarme con mis pies cruzados. Al caer suavemente en el suelo siento un breve dolor, lo normal.

—Eres muy terco, Bruno.

—Y tú demasiado dominante, Alejandro.

Me mira cada vez más suspicaz y yo por un extraño motivo tengo que desviar la vista, no aguanto que sus ojos me taladren con esa mirada tan incisiva. Mi vista va directo al agua del río, una mamá pato nada felizmente con sus seis crías. Es una escena adorable, tiernísima. Amé los patitos.

—Mírame.— otra vez están ahí las órdenes.

De mal gusto y con un genio algo exagerado giro mi cabeza y le miro directo al rostro.

—¿Qué quieres?— le pregunto cortante.

—Quiero hacer esto.

Se acerca a mí. Primero temeroso, luego toma el valor que le falta y continúa. Yo simplemente me quedo perplejo. Con una de sus manos me toma por la barbilla y me sujeta, para que no me escape de la presión que ejerce su beso. Nuestros labios rozan y es tan cálido que mi cuerpo se estremece completamente. El grosor de su boca se va moviendo al compás de la mía, que se rinde ante el placer que le está siendo concedido. Su lengua comienza a traspasar fronteras y me anima silenciosa a que yo haga lo mismo. Es mi primer beso. Nunca imaginé que fuese a ser con un chico.

BrunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora